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El caos que viene Cuentos Populares Bereberes Defensa Siciliana

Uri Avnery
Uri Avnery
[Mar 2010]
Israel  columna 

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El arma de exterminio

Ya es un lugar común decir que la gente que no aprende de la historia está condenada a repetir sus errores.

Hace unos 1942 años, los judíos de la provincia llamada Palestina lanzaron una revuelta contra el Imperio Romano. Hoy, esto parece un acto de locura. Palestina era una parte pequeña e insignificante del imperio mundial que acababa de alzarse con una rotunda victoria sobre la potencia rival ―el Imperio Persa― y de apagar una rebelión importante en Bretaña. ¿Qué posiblidades tenía la revuelta judía?

Dios sabe lo que les pasaba por la cabeza a los zelotes. Eliminaron a los líderes moderados, que estaban en contra de provocar al Imperio, y se hicieron con la influencia sobre la población judía del país. Confiaron en Dios. Tal vez también confiasen en los judíos en Roma y creyesen que su influencia en el Senado pondría límites al emperador Nerón. Quizás habían oído decir que Nerón era débil y caería pronto.

Sabemos cómo terminó: tres años más tarde, los rebeldes fueron aplastados. Jerusalén cayó y el templo fue quemado. Los últimos zelotes se suicidaron en Masada.

Los sionistas intentaron, de hecho, aprender de la Historia. Actuaron de forma racional, no provocaban a las grandes potencias, se esforzaban en alcanzar en cada situación lo que era posible. Las promesas divinas han vuelto a jugar un papel en el discurso público de Israel Aceptaban compromisos y cada compromiso les servía de base para la siguiente oleada hacia adelante. Utilizaban inteligentemente las posturas radicales de sus adversarios y se ganaron la simpatía del mundo entero.

Pero desde el comienzo de la ocupación, sus mentes se han obnubilado. El culto a Masada se ha vuelto dominante. Las promesas divinas han vuelto a jugar un papel en el discurso público. Gran parte del público sigue a los nuevos zelotes.

La siguiente fase también se repite ya: los líderes de Israel empiezan una rebelión contra la nueva Roma.

Lo que empezó como un insulto al vicepresidente de Estados Unidos se está convirtiendo en algo mucho mayor. El ratón ha parido un elefante.

Últimamente, el gobierno de ultraderecha en Jerusalén ha empezado a tratar al presidente Barack Obama con un desprecio apenas velado. Los miedos que surgieron en Jerusalén a inicios de su legislatura se han disipado. Obama les parece una pantera negra de papel. Abandonó su demanda de una congelación real de la expansión de asentamientos en  Cisjordania. Cada vez que le escupieron, él comentaba que estaba lloviendo.

Pero ahora, al parecer muy de repente, se ha alcanzado el límite. Obama, su vicepresidente y sus cargos más altos condenan el gobierno de Netanyahu cada vez con más severidad. La ministra de Exteriores Hillary Clinton ha entregado un ultimátum: Netanyahu debe parar toda expansión de los asentamientos, incluyendo Jerusalén Este, debe dar su acuerdo a una negociación sobre todos los problemas esenciales del conflicto, incluyendo Jerusalén Este, y más. Netanyahu dio orden de mover todos los tanques diplomáticos y tomar la Casa Blanca al asalto

La sorpresa era completa. Obama, parece, ha cruzado el Rubicón, tal y como el Ejército egipcio cruzó el Canal de Suez en 1973. Netanyahu dio orden de movilizar todas las reservas en América y mover todos los tanques diplomáticos. Todas las organizaciones judías en Estados Unidos se debían sumar a la campaña. Con un redoble de tambor ―o de shofar― , AIPAC [el lobby pro-israelí estadounidense] ordenó a sus soldados, los senadores y diputados, a tomar la Casa Blanca al asalto.

Parecía que se había desencadenado la batalla decisiva. Los líderes israelíes estaba seguros de que Obama sería derrotado.

Y entonces se escuchaba un ruido poco habitual: el rumor del arma de exterminio.

El hombre que decidió activar el arma era un enemigo de una nueva categoría.

David Petraeus es el oficial más popular del Ejército de Estados Unidos. General de cuatro estrellas, hijo de un capitán holandés que se marchó a América cuando su país fue arrollado por los nazis, Petraeus destacó desde su más temprana infancia. En West Point era ya un “cadete distinguido”; en la academia del Comando del Ejército y Estado Mayor era el número uno. Como comandante en combate cosechó honores. Escribió sus tesis doctoral (sobre las lecciones de Vietnam) en Princeton y trabajó como profesor para relaciones internacionales en la Academia Militar de Estados Unidos.

Saltó a la fama en Iraq, cuando comandaba las fuerzas en Mosul, la ciudad más problemática del país. Concluyó que para vencer los enemigos de Estados Unidos había que ganarse los corazones de la población civil, conseguir aliados locales y gastar más dinero que munición. La gente de la zona le llamaban Rey David. Su éxito se consideraba tan apabullante que sus métodos se adoptaron como doctrina oficial del ejército estadounidense.

Su estrella ascendió con rapidez. Lo nombraron comandante de las fuerzas de la coalición en Iraq y pronto se convirtió en el jefe del Comando Central del ejército estadounidense, que cubre todo Oriente Medio, exceptuando Israel y Palestina (que “pertenecen” al comando americano en Europa).

Cuando alguien así se pone a hablar, el pueblo norteamericano escucha. Como pensador militar respetado, no tiene rival.

Esta semana, Petraeus pasó un mensaje inequívoco: tras pasar revista a los problemas en su AOR (Área de Responsabilidad) ―que incluye Afganistán, Pakistán, Irán, Iraq y Yemen― dedicó su atención a lo que llamó las “causas raíz de la inestabilidad” en la región. La lista la encabezaba el conflicto israelí-palestino.

En su informe para el Comité de las Fuerzas Armadas constató: “El conflicto largamente sostentido entre Israel y algunos de sus vecinos representa un claro desafío a nuestra capacidad para hacer avanzar nuestros intereses en la AOR... El conflicto fomenta los sentimientos antiamericanos, debido a lo que se percibe como sesgo de Estados Unidos a favor de Israel. La furia árabe sobre la cuestión palestina limita la fuerza y profundidad de los acuerdos entre Estados Unidos y los gobiernos y pueblos en la AOR y debilita la legitimidad de los regímenes moderados en el mundo árabe. Mientras tanto, Al Qaeda y otros grupos militantes explotan esta furia para movilizar sus apoyos. El conflicto también le da a Irán influencia en el mundo árabe a través de sus peones, el Hizbulá libanés y Hamás”. El general Petraeus afirma que el conflicto israelí debilita los intereses estadounidenses en la zona

No contento con ello, Petraeus envió a sus oficiales para que presentaran sus conclusiones a los jefes del Estado Mayor.

En otras palabras: la paz entre Israel y Palestina no es un asunto privado entre las dos partes sino un interés nacional supremo de Estados Unidos. Eso significa que EE UU debe abandonar su apoyo unilateral al gobierno israelí e imponer la solución de los dos estados.

El argumento en sí no es nuevo. Varios expertos han dicho más o menos lo mismo en el pasado. (Inmediatamente después de los ataques del 11-S, yo escribí algo en un tono similar y profeticé que Estados Unidos cambiaría su política. Entonces no sucedió.) Pero ahora lo dice un documento oficial escrito por un comandante norteamericano con altas responsabilidades.

El gobierno de Netanyahu entró inmediatamente en modo de limitación de daños. Sus portavoces declararon que Petraeus representa una visión estrecha y militar del asunto, que no entiende de temas políticos, que su razonamiento es erróneo. Pero no es eso lo que a la gente en Jerusalén les causó sudores fríos.

Como es sabido, el lobby pro-israelí domina el sistema político norteamericano casi sin limitación alguna. Todo político americano, todo alto cargo le tiene un miedo feroz. El más ligero desvío de la estricta línea AIPAC equivale a un suicido político.

Pero en la armadura de este Goliat hay una rendija. Como el talón de Aquiles, el poder inmenso del lobby pro-israelí tiene un punto vulnerable que puede neutralizar su poder si se toca.

Eso lo ilustró el caso Jonathan Pollard. Este funcionario judío-norteamericano de una agencia e los servicios secretos espiaba a favor de Israel. Los israelíes lo consideran un héroe nacional, un judío que cumplió con su deber para con su pueblo. Pero para el conjunto de los servicios secretos estadounidenses es un traidor que puso en riesgo la vida de muchos agentes norteamericanos. No satisfechos con una condena rutinaria, indujeron al juzgado a imponerle la cadena perpetua. Desde entonces, todos los presidentes estadounidenses han rechazado las solicitudes de los sucesivos gobiernos israelíes para conmutar su sentencia. Ningún presidente se atrevió a enfrentarse con los jefes de sus servicios secretos en este asunto.

Pero el lado más significativo de este asunto recuerda las famosas palabras de Sherlock Holmes sobre los perros que no ladraron. El AIPAC no ladró. Toda la comunidad judía norteamericana se sumió en silencio. Casi nadie levantó la voz a favor del pobre Pollard. Los judíos norteamericanos harían cualquier cosa para Israel excepto atentar contra la seguridad de EE UU

¿Por qué no? Porque la mayoría de los judíos norteamericanos están dispuestos a hacer cualquier cosa ―realmente cualquier cosa― para el gobierno de Israel. Con una excepción: no harán nada que parezca atentar contra la seguridad de Estados Unidos. Cuando se iza la bandera de la seguridad, los judíos, como todos los estadounidenses, se colocan en posición de firmes y saludan. La espada de Damocles de la sospecha de deslealtad cuelga sobre sus cabezas. Para ellos es la pesadilla definitiva: ser acusados de poner la seguridad de Israrel por encima de la seguridad de Estados Unidos. Por eso, para ellos es importante repetir una y otra vez el mantra de que los intereses de Israel y los de Estados Unidos son idénticos.

Y ahora viene el general más importante del Ejército de Estados Unidos y dice que eso no es el caso. La política del actual gobierno israelí pone en riesgo las vidas de los soldados norteamericanos en Iraq y Afganistán.

Por ahora, esto sólo se ha dicho como un comentario marginal, en un documento militar que no se ha difundido mucho. Pero la espada ha sido sacada del armario... y los judíos norteamericanos han empezado a temblar como bajo el rumor distante de un terremoto que se acerca.

Esta semana, el cuñado de Netanyahu ha utilizado nuestra propia arma de exterminio. Declaró que Obama es “antisemita”. El periódico oficial del partido Shas afirma que Obama es en realidad musulmán. Representa la derecha radical y sus aliados, que dicen y escriben que “Hussein” Obama es un negro que odia a los judíos y debe ser derrotado en las próximas elecciones al Congreso y en las próximas presidenciales.

(Sin embargo, un importante sondeo en Israel, publicado ayer [19 Mar 2010] muestra que el público israelí está lejos de estar convencido por estas insinuaciones: la gran mayoría cree que Obama trata correctamente a Israel. De hecho, Obama alcanza una puntuación mayor que Netanyahu.) El diario oficial del partido Shas afirma que Obama es musulmán, la derecha lo llama 'antisemita'

Si Obama decide devolver el golpe y activar su arma de exterminio ―la acusación de que Israel pone en riesgo la vida de los soldados americanos―, las consecuencias para Israel serán catastróficas.

Por el momento, eso no es más que un disparo ante la proa, un tiro de advertencia como lo dispara un buque de guerra para ordenar a otro barco que siga sus instrucciones. La advertencia es clara. Incluso si la crisis actual se llegue a aguar, surgirá otra vez y otra, mientras la coalición actual en Israel siga en el poder.

Cuando la película En tierra hostil ganó sus premios, todo el público norteamericano estaba unido en su preocupación por la vida de sus soldados en Oriente Medio. Si este público se convence de que Israel le está clavando un cuchillo por la espalda, Netanyahu sufrirá un desastre. Y no sólo él.