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Topper
Ilya U. Topper
[Estambul · May 2011]
Turquía reportaje 

Morir con la ley en la mano


Bandera feminista en Estambul

Turquía ha acogido la firma de la primera Convención Europea para combatir la violencia contra las mujeres. Pero en Turquía no son las leyes las que fallan sino su aplicación. Centenares de mujeres mueren al año a manos de sus maridos, exmaridos o familiares.

"Cuando mi ex marido apareció en la escalera con un cuchillo diciendo que me iba a matar y quitó la luz, me escapé a la policía y lo denuncié. La policía me dijo que seguramente no era para tanto y le llamaron por teléfono para decirle que se calmara. Cuando salí a la calle para volver a casa me acuchilló seis veces".

Historias como éstas son moneda corriente en Turquía, donde cada año mueren centenares de mujeres a manos de sus maridos, ex maridos o parejas. O incluso pretendientes. La cifra exacta no la sabe nadie; los pocos datos disponibles bailan según el año y la región. “La única cifra fiable es que un 42% de las mujeres —12 millones de personas— sufren en algún momento de su vida violencia familiar. Hablamos de violencia física: golpes, heridas o violaciones”, recalca Gauri van Gulik, investigadora de la organización Human Rights Watch, que acaba de lanzar un estudio amplio.

Y mueren cada vez más, añade Esra Erbas, de la organización turca Mor Çati, que coordina varios centros de acogida. No sólo porque haya más datos, que también, sino “porque las mujeres se someten cada vez menos. Protestan, trabajan fuera, quieren ser ellas mismas... y la respuesta es la violencia: sirve para controlar la vida de una mujer. Cuanto más se rebelan, más violencia hay”.

Obviamente, la solución es rebelarse aún más. Pero es duro. “Sólo un 3 o 4% de las mujeres que sufren abusos reciben ayuda. Muchas no lo intentan, porque dirigirse a la policía incrementa el riesgo y no garantiza nada.Un sistema de atención que funciona mal es peor que no tener ningún sistema”, sentencia Van Gulik.

¿Cambiará el sistema ahora? El 11 de mayo, Estambul acogió la firma de la primera Convención europea para combatir la violencia contra las mujeres. Esra Erbas y Gauri van GulikTrece ministros del Consejo de Europa rubricaron el documento, entre ellos la española Trinidad Jiménez, que subrayó la importancia de este “instrumento jurídico muy avanzado” que está en parte “inspirado en la ley española contra la violencia de género, sobre todo en los capítulos de prevención y educación”.

“Una vez que se haya ratificado, los países miembros deben incorporar el delito de la violencia de género en sus códigos penales”, explicó Trinidad Jiménez en una entrevista con la prensa española en Estambul. Pero lo que provoca la muerte de tantas mujeres turcas no es la falta de leyes.

Desde 1998, la ley de Protección Familiar 4320 permite a las mujeres acudir a la policía o directamente a los juzgados para pedir una orden de alejamiento del marido. Pero es fácil morir con este documento en la mano.La Fiscalía debe hacer un informe, el juez firma la orden y la policía debe aplicarla. Pero la vida de una mujer puede depender de la puerta a la que llama. Literalmente.

“La ley sólo se aplica a mujeres casadas oficialmente; no a las que hayan celebrado únicamente una ceremonia religiosa, algo frecuente en la sociedad rural. En un juzgado, el juez nos dijo que a veces se otorgaba la protección también a mujeres no casadas por el registro civil. El fiscal, en el despacho de enfrente, nos dijo que jamás”, resume la investigadora de Human Rights Watch.

Hay policías que, al tener delante a una mujer con moratones y un parte médico llaman por teléfono al marido para ver si es verdad y le creen cuando éste les dice que su mujer se cayó por la escalera. Hay fiscales que se niegan a cursar el informe “porque no queremos destrozar una familia”. Hay jueces que piden “más pruebas” y alargan el proceso durante meses. E incluso si la mujer consigue el papel pronto, la policía casi nunca efectúa visitas rutinarias —obligatorias— para comprobar si la orden se cumple.

“El 98% de los policías son hombres. Y no tienen formación en este tema. Los formularios que hay que rellenar cada vez que una mujer denuncia violencia están en todas las comisarías, pero se quedan en blanco”, denuncia Esra Erbas. Además, la ley sólo permite imponer un alejamiento después de confirmarse una agresión violenta, y únicamente por seis meses. “No es suficiente”, opina Gülen Alan, abogada de Diyarbakir, en el sureste de Turquía. “Como este castigo es menor, muchas veces que se suspende, además, el cumplimiento.

Once cuchilladas

Al día siguiente de la firma del Convenio tuvo lugar otro paso adelante: un tribunal de Ankara condenó a cadena perpetua por asesinato con premeditación a Istikbal Yetkin, exmarido de Ayse Pasali. Ayse, madre de una hija, había muerto el 10 de diciembre pasado bajo once cuchilladas.

Su muerte la convirtió en un símbolo de la lucha feminista: ella había denunciado a su exmarido varias veces para conseguir una orden de alejamiento. Había sufrido palizas y no se lo había callado.“Cuántas veces vimos su cara hinchada, sus ojos morados en los periódicos, en la televisión”, reflexiona, amarga, la columnista turca Gila Benmayor en el diario Hürriyet.

La Justicia le denegó la ayuda y no impuso una orden de alejamiento a su exmarido, basándose en una interpretación poco generosa de la ley: ésta sólo prevé actuar en el caso de parejas casadas oficialmente. Joven turca con tatuajeAyse Pasali ya se había divorciado. La sentencia marca un hito: Yetkin fue juzgado como asesino. Sin atenuantes por “arrebato pasional”. Sin “buena conducta”. Ante las cámaras se abrazaban la hija de Ayse y la abogada.

Pero el peligro es constante, con o sin orden de alejamiento. Ante el dilema, muchas mujeres piden ingresar en un hogar de acogida. Los hay. Por ley los tiene que haber en todas las poblaciones de más de 50.000 almas. En realidad no existe más de medio centenar en toda Turquía. Y no funcionan bien. Puede ocurrir que al marido se le informe de dónde está su mujer, por ejemplo si pide ver a sus hijos. Un riesgo letal. Otros centros “funcionan como cárceles”, según Van Gulik; las mujeres no pueden recuperar una vida personal y si ya tienen otra relación emocional no se les permite ver a sus nuevos novios.

“Si la vida de una mujer corre peligro, se le envía a un centro de acogida – algunos los gestiona el Ayuntamiento y otros la Delegación del Gobierno – y allí puede permanecer seis meses” aclara Gülen Alan. “Después de ese tiempo tiene que encontrar trabajo y valerse por sus propios medios, si no quiere volver con la familia de la que se escapó. En algunos casos el alejamiento hace que las familias recapaciten y que las mujeres pueden volver. Pero esta no es la norma general”.

Alan se refiere a los llamados asesinatos de “honor”, aún frecuentes en las zonas kurdas —pero también ocurren en el resto de Turquía y en numerosos países del Mediterráneo oriental— en los que no es el marido sino la propia familia que decide matar a una chica “descarriada”. “Antes, el 'honor' era un atenuante; en 2005 se reformó el código penal gracias a las protestas de las asociaciones de mujeres y ahora es un agravante: se les condena a todos los que hayan participado en la decisión.Pero aunque la ley está bien, la mentalidad impide ponerla en práctica todo lo que se debería”, resume Nilgün Yildirim, activista de Kamer, una fundación de ayuda a las mujeres en Diyarbakir, la capital de la región kurda.

“Si queremos, le ponemos fin” es el título de un informe editado por Kamer. Enumera 73 casos de mujeres que buscaron ayuda durante 2006. Cada caso una página escueta: edad (desde los 13 a los 54 años), estado civil, circunstancias... y “por qué la juzgaron”. Jóvenes kurdas en DiyarbakirEs difícil imaginar los 73 dramas que se esconden tras los sobrios datos.

El informe traza una realidad en la que la sexualidad pesa como una losa. "La virginidad es un tabú al cien por cien: todos los hombres quieren casarse con una chica virgen", confirma Yildirim. Una sociedad en la que el destino de la mujer es aceptar el marido que le haya tocado, sea porque ella misma lo haya elegido, sea porque la familia se lo haya impuesto, sea porque la violó y no tuvo más remedio que casarse con él.

Una vez casada, su propia familia raramente la defenderá contra su marido. Antes al contrario: el honor familiar consiste en garantizar que la hija siga en casa de su marido. Y cualquier pretexto es bueno para que ella sea acusada de infidelidad. Una amenaza de muerte. Nadie lo diría, viendo a las adolescentes kurdas enfrentarse a la policía, mano a mano con los chicos, o bailando alrededor de los fuegos del Newroz, la fiesta de la primavera kurda. "Son las mismas chicas", confirma Nilgün Yildirim. "En la calle pueden gritar: es político, está admitido. En casa callan. Sufren la violencia del padre o el marido, pero están educadas para callar. La violencia doméstica no se percibe como tal, sino como algo normal".

Afortunadamente, la gran mayoría de los casos relatados en el informe de Kamer tienen un final feliz. Aunque haga falta un billete de avión a una provincia lejana y protección policial en el aeropuerto. Cuando las activistas de la fundación hablan con la policía, ésta parece poner bastante voluntad de su parte.

El dato triste: en muchos casos, las mujeres sufren la violencia de un hombre con el que fueron casadas a la fuerza. Pero en otros muchos sufren la violencia de un hombre con el que se casaron por amor. Un hombre con el que se escaparon de de casa bajo riesgo de vida para encontrar la felicidad. La violencia contra la mujer no entiende de sentimientos.