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El Rhazoui
Zineb El Rhazoui
[Rabat · Mar 2008]
Marruecos  reportaje 

El músem del libertinaje


Morabito Reminiscencia de un Marruecos medieval, los festejos de Sidi Ali ben Hamdush son un mosaico de creencias a medio camino entre o sagrado y lo profano. Un viaje al corazón de la mística.

A través de un laberinto de callejuelas y de casas enrevesadas llegamos a Sidi Ali Ben Hamdush [o Hamdouche, en transcripción francesa], un santuario de muros blanqueados por el calor y una cúpula de tejas verdes situado al pie de una montaña.

A treinta kilómetro de Meknés, en el camino a Moulay Driss Zerhoun, una bifurcación a la derecha indica el mausoleo del santo patrón en el municipio de Mrhassiyyne. Pocos mapas mencionan el lugar; su renombre, sin embargo, traspasa las fronteras de Marruecos.

Una vez al año, durante las fiestas del 'mulud' (cumpleaños del profeta Mahoma), el pueblo acoge a la A’amra, la feria de Sidi Ali Ben Hamdush, fundador de la ‘tariqa’ (corriente mística) hamdushía en el siglo XVII y cuyos discípulos se encuentran hoy hasta en Túnez o Egipto.

Pocos turistas occidentales se aventuran hasta este Marruecos profundo donde reina un ambiente cautivador y por donde deambulan siluetas que tienen en común la búsqueda del trance o acuden para curar una enfermead o simplemente por una cuestión espiritual. Quien llega aquí es peregrino. Algunos llevan a cabo una verdadera ruta turística de los músems: Tamesloht, Shemharouch, Chaga, Moulay Driss Zerhoun, El Hadi ben Aïssa, Bouabid Charki u otros santos varones venerados. La polémica reputación del músem esconde un espacio de libertad, donde practicar una fe tolerante

Los visitantes de este curioso festival se conocen, se saludan y comparten techo y mantel durante algunos días; después se separan para volver a encontrarse un año más tarde. Sin embargo, muy a pesar de los fieles seguidores del músem, el pensamiento inquisitorio no respeta esta expresión de la fe. Una fuente de la gendarmería local indica que las visitas han disminuido en la cita de 2008: “El número de visitantes debe de situarse este año entre los 100.000 y 150.000, pese a que en años anteriores pudo alcanzar números mucho mayores”. El año pasado, un conocido medio de comunicación se infiltró en varias ceremonias que se celebraban en privado y denunció la homosexualidad de algunos adeptos, llegó incluso a calificar la feria del morábito de “músem de homosexuales”. El número de visitantes de 2008 se sitúa entre 100.000 y 150.000; en años anteriores era mucho mayor

Leila, una habitual en estos lugares, relata que “este año, la presencia del majzén es mucho mas fuerte que el año pasado, por eso la gente tiene mas cuidado”. Numerosos peregrinos opinan que el buen ambiente que caracterizaba la fiesta se ha estropeado sobremanera debido a la incursión de la prensa. La hospitalidad de las personas ha sido reemplazada por la desconfianza e incluso la agresividad. Un equipo de rodaje de la segunda cadena de televisión marroquí casi fue linchado por los transeúntes; hizo falta la intervención de la policía para proteger a los periodistas de la venganza popular.

La polémica reputación del músem esconde en realidad un verdadero espacio de libertad, donde todo tipo de personas marginales practican una fe que les ofrece mucho más tolerancia que el islam ortodoxo. Hsina, miembro de un grupo de ‘hmadsha’ [discípulos del santo] y defensor del carácter tolerante de Sidi Ali Ben Hamdush, se alza: “Nosotros no pedimos nada a nadie y no hacemos ningún mal a la sociedad, no entiendo por qué los medios se ensañan tanto con el músem”. Y continúa: “Los periódicos harían mejor en contar que no hay ni instituto ni farmacia en el pueblo aunque el músem es una fuente de ingresos considerable para el municipio de Mrhassiyyine”.

Del mito a la realidad

Sidi Ali Ben Hamdush era un congénere del sultán Mulai Ismail (siglo XVII). Habría venido de “Bilad Cham” (actual Siria) y se habría instalado en el Monte Zerhun para dedicarse a la adoración de Dios. Asceta donde lo haya, consagró su vida a la oración y legó a sus discípulos una selección de salmodias que darían lugar, más tarde, al nacimiento de la ‘tariqa’ [escuela mística] hamduchía. Gnauis en EsssaouiraCuenta la leyenda que su más fiel discípulo y servidor, Sidi Ahmed Dghughi, estuvo insistiéndole durante mucho tiempo para que se casase. Sidi Ali aceptó a condición de que la elegida fuese Aicha, la hija del rey de “Bilad Sudan”, unas comarcas mágicas e inexploradas en la otra punta del Sahara. Sidi Ali le confió siete dátiles y Sidi Ahmed partió en busca de la dulcinea de su maestro. Después de mil peregrinaciones volvió al pueblo con la prometida, pero le informaron de que Sidi Ali había muerto. Lala Aicha se volatilizó sin dejar rastro, dejando el mundo de los vivos.

Hoy día, los tres protagonistas de la leyenda se han convertido en los heraldos de uno de los recorridos espirituales más preciados del reino. La ‘ziara’ (ritual de visita del morabito) empieza en el santuario de Sidi Ahmed Dghughi, a unos kilómetros del mausoleo de Sidi Ali. En la gran sala de la abadía reina un ambiente de camping. Familias enteras se instalan durante el tiempo del peregrinaje con mantas, utensilios de cocina y bombonas de gas. Una sala contigua acoge la tumba del santo, los fieles giran en torno a la sepultura del morabito en el sentido de unas agujas de un reloj murmurando sus súplicas. Al lado de esta habitación hay una ‘gurna’, un matadero tradicional donde se sacrifican los animales para ‘Aicha Dghughía’ a la que los adoradores llaman “Aicha Mulat el wad”, cuyo ‘hofra’ (altar) se encuentra al lado de la gran sala.

Una vez honrado Sidi Ahmed, la visita continúa hacia el santuario de Sidi Ali Ben Hamdush. En la entrada, un gran letrero advierte: “La tariqa hamdushía es una tariqa suficentemente reconocida por el islam suní. No tiene nada que ver con los ritos que ejercen muchos charlatanes”. Delante del mausoleo, unas ‘naqqachas’ proponen a los transeúntes  decorarles las manos con henna, los hombres fuman impasiblemente su ‘sebsi’ de kif (una pipa larga de madera con una cazoleta de barro) y una multitud de mendigos evocan la suerte providencial del santo para enternecer el corazón de los peregrinos.

A Aicha Sudanía [Aicha la de Sudán] se le honra en último lugar mediante varias apelaciones y en diferentes lugares. Una adoradora de la ‘muima’ llamada Najat nos cuenta: “No hay una sola Aicha: ella posee numerosas virtudes y toma diferentes formas”. Esta diosa madre parece ser la heredera de la Hera griega o la Juno romana: protectora de las mujeres, diosa del matrimonio legítimo, guardiana de la fecundidad de las parejas y de las mujeres embarazadas, Lala Aicha atrae hoy a millones de solteros en búsqueda del príncipe azul, así como a matrimonios deseosos de un embarazo que tarda en llegar.

El delito de tener la cara equivocada

Las fuerzas del orden pueden sentirse orgullosas: el músem de Sidi Ali Ben Hamdush ha sido “limpiado”. Ningún homosexual osará ya aventurarse aquí tras el arresto de un grupo de 46 personas por escándalo sexual, de los que una veintena son sospechosos de homosexualidad. Según el propio testimonio de los policías, no se ha constatado ningún delito flagrante. Un miembro de la gendarmería del municipio de Mrhassiyyine en el que el músem tiene lugar cada año durante las fiestas de mulud [cumpleaños de Mahoma], declara sin pestañear: “Ya se sabe cómo identificar a esas personas: tienen un comportamiento afeminado, una forma de hablar que no deja lugar a dudas”. Tras una custodia de 48 horas, los acusados fueron presentados ante el Tribunal de primera instancia de Meknés y luego puestos en libertad provisional, después de pagar una fianza de 500 dirham [50 euros],  a la espera de ser juzgados. Algunos han sido liberado sin cargos, pero eso no quita que les hayan estropeado la alegría del músem.

Un representante de la policía nos lanza, orgulloso: “Después del escándalo del matrimonio homosexual que la prensa sacó a la luz el año pasado, y sobre todo tras lo ocurrido en Ksar El Kebir, ha habido un acuerdo entre los diferentes servicios para hacer una campaña preventiva contra los homosexuales”. Concretamente se han levantado tres barreras en la entrada del pueblo con el fin de “filtrar” la entrada de los homosexuales, o más bien, de aquellos que lo parecen. Según fuentes de la gendarmería, los registros se habrían organizado igualmente en las casa de alquiler donde los sospechosos habrían sido sorprendidos vestidos de mujer. Algunas asociaciones locales habían ejercido presión sobre las autoridades con el fin de empujarlos a “actuar” contra los comportamientos incriminados. Esto explica el exceso de celo de las fuerzas del orden, que llegaron a arriesgarse a violar la presunción de inocencia y a calumniar a individuos cuyo delito es el de ser “afeminado”.

Driss, una comerciante del lugar, nos cuenta: “Hasta el año pasado, los homosexuales salían a la calle en caftan e incluso en camisón y los peregrinos y la policía lo toleraban totalmente”. En efecto, en esta feria de creencias diversas, la homosexualidad encuentra su hueco en el culto del morabito. A los homosexuales no se les considera responsables de “la anormalidad social” que representan en otros momentos, sino que simplemente están poseídos por Lala Mira, un espíritu de color amarillo y temperamento juguetón y seductor. Los habituales del músem nos cuentan que la señal por excelencia para reconocer a los homosexuales es que llevan la capucha puesta. Este año, a pesar de la caza de brujas organizada por las fuerzas del orden, algunas capuchas atraviesan las calles furtivamente. Otros homosexuales son conocidos por todos y hacen alarde de su condición, que tienen muy asumida, incluso en las terrazas de los bares. Uno de ellos, de piel negra, tiene una apariencia excéntrica, con chilaba, albornoz y sombrero. Según dicen, es toda una figura del músem de Sidi Ali Ben Hamdush. De acuerdo a una habitante del pueblo goza de cierto apoyo hasta en el seno de las fuerzas del orden. La misma señora señala una casa con el dedo: “Es un prostíbulo donde se practica toda clase de excesos, incluyendo fiestas homosexuales. Las autoridades locales conocen perfectamente este sitio y algunos representantes de las fuerzas del orden vienen a disfrutar de la velada, lo que explica la impunidad de los propietarios”.

En un país ampliamente homófobo, el músem de Sidi Ali se había convertido en pocos años en un discreto espacio de libertad y de reencuentro  para los homosexuales de todos los rincones del país. Ahora tienen que buscar otro sitio.

Un islam popular

Un etnólogo llegado a Marruecos a principios del siglo pasado cuenta la siguiente anécdota: un peregrino que había vuelto de La Meca a su Rif natal describía la magnificencia de la tumba de Mahoma a los habitantes de su pueblo. Uno de ellos, atónito, exclama:“Pero entonces, ¿ese profeta es más poderoso que Mulai Abdessalam Ben Mchich?” Hay que constatar que estamos ante un islam mezclado con cultos paganos; el politeísmo está escondido bajo una cubierta islámica.

Un equipo de rodaje de cierta cadena egipcia entrevista a un vidente resguardado en una tienda de campaña como otros muchos en Sidi Ali en el periodo del músem. El presentador le pregunta: “¿No piensa usted que esto es asociacionismo(es decir,  politeísmo como oposición a la unicidad de Dios)?” y el bigotudo entrevistado, con aire jovial, contesta: “Cuando vengo aquí me siento bien; si no vengo, me siento mal todo el año; es lo único que me importa”.

Obviamente, Sidi Ali Ben Hamdush es ante todo una fiesta popular, un espacio para la libertad y una verdadera vía de escape para sus adeptos. Las casas de alquiler permiten que hombres y mujeres se mezclen en sus habitaciones; se forman parejas que se pasean cogidos de la mano por los parajes o vagan por las terrazas de los bares. Mujeres pintadas como puertas fuman cigarrillos en público; todo un contraste frente al espíritu tradicional de la fiesta. En todas partes suenan melodías de flauta, guembri, castañuelas y tambores.

El patio de los milagros

Los visitantes del músem deambulan por las calles. Algunos parecen asiduos: llevan en ellos los ‘mluks’ (genios). Loubna, una incondicional de la fiesta, nos cuenta: “Cuando estoy en Sidi Ali me transformo, no me visto como siempre, sólo llevo colores que agraden a los ‘mluks’”. Algunos peregrinos vienen de muy lejos, como Aicha, una emiratí venida a Marruecos por una gran cuestión espiritual: “Desde muy joven me sentía atraída por los ‘mluks’ pero aún no entendía lo que pasaba. Fue unos años más tarde cuando llegué a Marruecos como criada del jeque Zayed y unos conocidos marroquíes me llevaron a ver al alfaquí, momento en que comprendí por qué había estado sufriendo todos estos años”, confía. Los asiduos del músem la llaman ‘shrifa’ (noble). Aïcha ha convertido el culto al morabito en una empresa comercial: lleva a cabo los encargos de emiratíes ricos, cuyas ofrendas lleva al altar de Lala Aicha. Este año ella es la estrella del músem, ya que delante de la casa que tiene alquilada se ha arrodillado una bonita camella que será sacrificada en una procesión solemne, aumentando así el prestigio de la ‘shrifa’.

Un grupo de ‘yilala’ avanza hacia la hofra de Aicha Qnadech, donde se presentan las ofrendas cubiertas por un velo negro, el color de la diosa. Velas, incienso, leche, henna y dátiles se disponen en un plato de rafia y se llevan hasta el altar donde los rituales de sacrificio se realizan en cadena. Un comerciante del lugar nos cuenta que “una mujer de Casablanca ha sacrificado tres toros este año; debe ser que tiene que hacer una súplica importante”.

El lugar está cargado de magia; se podría pensar que no ha cambiado desde la Antigüedad. Mendigos, charlatanes, músicos e inválidos de todos tipos cubren la alameda que lleva al templo de la diosa, una especie de patio de los milagros en el que la sangre se mezcla con la leche y la henna. Un hombre joven, descalzo y con una bandeja de ofrendas en la cabeza, se acerca al lugar y se pone a proferir aullidos como si expulsara de repente el mal de su cuerpo. Algunas mujeres llegan con su propio grupo de músicos y se entregan a danzas endiabladas delante del público y bajo la mirada disgustada de los policías que vigilan la zona. Al salir del hammam, el peregrino debe ponerse frente al altar de Aicha y tirar su ropa interior, su peine y su espejo tras él

A unos cientos de metros, delante de la ‘hofra’ de Aicha Kuba (‘agua’ en el idioma gnaui), mujeres y hombres se preparan para tomar un baño ritual en el pequeño hammam situado al pie del acantilado. Al salir del baño, se colocan frente al santuario de Aicha ‘Mulat lma’, el templo del poder sobre el agua, donde llevan a cabo un curioso ritual. “Después se haberse lavado, sobre todo no hay que secarse con una toalla, porque esto atenúa el efecto del agua de Aicha Kuba. Al salir del hammam, el peregrino debe ponerse frente a la ‘hofra’ y tirar su ropa interior, su peine y su espejo tras él. Esto cura gran número de enfermedades y anula los sortilegios, en particular el ‘tqaf’ (un sortilegio que impide a la mujer casarse y causa impotencia sexual en el hombre)”, asegura Khadija, una ‘neggafa’ (encargada del vestuario tradicional) de Casablanca que acude cada año al músem de Sidi Ali Ben Hamdush. “He visto a chicas casarse después de haber hecho este ritual”, añade,  segura del poder de la diosa Aicha.

El riachuelo bordea el hammam, lleno de desechos, se ha transformado en un cementerio de ropa interior de todas las tallas y colores, de peines de plástico y de una multitud de objetos personales. En Marruecos, espiritualidad y ecología raramente  hacen buena pareja. Las callejuelas del pueblo están inundadas de todo tipo de inmundicias, desechos animales y restos de sangre. Pero nadie parece preocuparse ya que lo que cuenta en estos días sagrados es satisfacer a los ‘yuad’, lugartenientes invisibles de Dios sin los que no se puede llevar a cabo ninguna tarea terrenal.

Mirando de cerca

Moqaddem Boukharsa, maestro de ceremonias. “De joven, yo era un esclavo de la casa de Lala Abla, la madre del difunto rey Hassan II. Es ella, por cierto, quien me ordenó ponerme un aro en la oreja. Ella organizaba una ‘lila gnauia’ al año y observaba escrupulosamente la tradición. Fue en su casa donde comencé a aprender este oficio. Hoy en día se me considera un verdadero depositario del patrimonio gnaoui. Hace muchos años que vengo a Sidi Ali Ben Hamdush, pero tengo cuidado diferenciar entre los ritos que pertenecen al islam y los que no. De manera general, se puede conciliar esoterismo y religión, siempre que no se mezclen. Por desgracia, el músem ya no es como antes, poca gente sirve de forma honrada a los ‘juad’ (los ‘mluk’ o espíritus), lo que se nota mucho en la calidad de las ceremonias espirituales que se llevan a cabo”.

Maalem Lagnawi, maestro de música gnaui. “Hace años que progreso en este campo. Mi formación estuvo al cargo de Abdelaziz Baqbou y procuro estar en todas las manifestaciones gnauies porque en eso consiste mi arte. A veces acudo por trabajo, y otras veces como simple espectador. Para mí el músem de Sidi Ali ya no es lo que era. Las antiguas “moqaddmates” (maestras de ceremonias gnauias) han fallecido casi todas, llevándose consigo un gran conocimiento. Por otra parte, tras los acontecimientos del año pasado, los peregrinos son cada vez más desconfiados, lo que estropea en gran medida el carácter espiritual y artístico del pasado. Yo formo parte de una generación de jóvenes maalems y tengo una visión muy amplia del aspecto oculto que acompaña a las fiestas de Sidi Ali Ben Hamdush, pero yo creo que los adeptos a estas creencias tienen el derecho de practicarlas mientras no le hagan daño a nadie”.

Lo que le gusta a la gente por encima de todo es la música. “Ha comenzado el repertorio de los Bouhalas” comentan unos transeúntes que hablan sobre un grupo de gnauis sentados en el suelo. Unos maalems (maestro de música) gnauis caminan por la calle con sus chilabas de colores, turbantes y joyas de plata, rodeados por sus discípulos y seguros de su poder espiritual.

Almas torturadas

 La búsqueda del trance es fácil: la música atrae a los transeúntes, las puertas de las casas permanecen abiertas y el extranjero es bienvenido; está invitado a entrar, descalzarse y a tomar asiento en el vestíbulo de la casa siempre que respete la sacralidad de los ritos que se llevan a cabo. Después de una ‘lila gnauía’ (ritual nocturno) endiablada que no termina hasta que sale el sol y con el estómago vacío por el trance, unas jóvenes se encuentran en la terraza de un bar anónimo en la gran plaza del pueblo y que sus clientes apodan cariñosamente ‘Qahwet Koy’ (bar Koy, una palabra gnaui que significa partida). Se trata del punto de encuentro de los gnauis durante el músem.

Más tarde durante el día, los grupos yilala, hmadcha o issaua se pararán delante de este lugar para entregarse a los cánticos y bailes que llevan al éxtasis. La calle principal del pueblo, por su parte, se llena de ritmo con un desfile de ‘hdias’ (ofrendas) destinadas a Lala Aicha. Durante una ‘lila gnauia’, un hombre en trance tiene dos cuchillos en la mano y se hace un corte en la lengua. Así es como lo requiere la ‘torqa’, el método gnaui, cuando el maalem se pone a cantar ‘kubaili’, en alabanza a “Sidi Musa mul lma”, un espíritu de agua de color azul. El hombre continúa bailando con la camiseta llena de sangre bajo la alerta mirada del público. Una anciana con el pelo teñido de rojo con henna se precipita en medio de la habitación y comienza a expulsar todos los demonios de su cuerpo. El viejo ‘Ba H’mad’, moqaddem (maestro de ceremonias) de la ‘lila’, corre a ponerle el incensario bajo la nariz y le cubre la cabeza con un velo del color del espíritu que la posee. Zhor, costurera de Kenitra con la piel de ébano, no puede contenerse cuando el maalem se pone a alabar a los espíritus rojos y, en particular, a Sidi Hammu, dios de la sangre y  carnicero de profesión. Ella devora un trozo de carne cruda y se hace cortes en los antebrazos y los tobillos con un cuchillo ante el llanto de dos niñas pequeñas que la acompañan. El público se inquieta pero nadie puede hacer nada por ella, sólo Ba H’mad cuida de que ella se haga el menor mal posible.

Ya se trate de prácticas terapéuticas ancestrales o reminiscencias animistas de un Marruecos antiguo, lo cierto es que los músems están apoyados por el Estado mediante subvenciones e inauguraciones oficiales. El Estado los considera como manifestaciones de un islam popular, aquel que representa el verdadero carné de identidad del país.
Aquí estamos lejos del islam aséptico importado de Oriente. Se trata más bien de prácticas viscerales maduradas durante siglos de historia y alimentadaspor generaciones de marroquíes. El Palacio real, como cada año y para no faltar a la tradición, envía su ‘hdía’ (ofrenda) a Sidi Ali Ben Hamdush, así como a los otros santos patrones del país. El culto de los morabitos está vivo y coleando.