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Topper
Ilya U. Topper
[Madrid · Jun 2008]
Yemen  reportaje 

Los tres frentes abiertos


Kawkaban en Yemen Saná se enzarza en un conflicto religioso-tribal con el clan chií Huthi en el norte del país, a la vez que aumentan las protestas en el sur, hasta 1990 una república socialista.

Arde Yemen en tres frentes: en el desierto del norte se suceden los tiroteos con la guerrilla del clan Huthi; en el sur, las manifestaciones de obreros descontentos provocan batallas campales con la policía, y en medio, una nebulosa organización de islamistas radicales coloca bombas y ataca instalaciones occidentales.

Mayo fue un mes sangriento: los guerrilleros de Abdelmalek Huthi mataron a 23 soldados en el árido territorio fronterizo con Arabia Saudí. A finales del mes, las autoridades aseguraron haber sofocado la rebelión, pero la policía sigue poniendo cerco a una región cercana a la capital Saná e impide el paso de gasolina o productos agrícolas. Según el diario Yemen Times se trata de presionar a los habitantes para que entreguen a los rebeldes refugiados en la zona.

“No creo que el conflicto vaya a apagarse pronto. El Gobierno ha anunciado el fin de la rebelión tantas veces que ya no tiene credibilidad alguna”, asegura Abdalá Faqih, politólogo de la Universidad de Saná, a La Clave. “Es un círculo vicioso: ambos lados dicen combatir en defensa propia y acusan al otro de haber roto el pacto”, firmado en junio de 2007 en Qatar. Desde el inicio de la rebelión en 2004, el conflicto se ha cobrado más de un millar de muertos.

El Gobierno acusa al clan Huthi de querer recuperar el poder que perdió en 1962, con la abolición de la monarquía, y establecer una teocracia, algo que los rebeldes niegan. “Es verdad que los Huthi han dirigido Yemen durante siglos; eso añade tensión pero no es el motivo de la rebelión actual”, considera Faqih. “Tampoco se trata de un conflicto religioso: los Huthi son zaidíes, pero también el presidente de Yemen, Alí Abdalá Saleh, pertenece a esta confesión, así como la mayor parte de los altos cargos”.

¿Hilos iraníes?

Alrededor del 40% de la población yemení es zaidí, una rama del islam chií minoritaria y “más liberal que la iraní, más abierta”, según asegura Abdelkarim Eriani, ex primer ministro de Yemen, que cifra sólo en un 25% la presencia zaidí en en el país. portaaviones de EE UU en el Golfo de Omán

Eriani cree que los rebeldes “han sido influidos por los chiíes iraníes”, ya que niegan la legitimidad del sistema republicano y “quieren ver a un imán al frente del país”. Faqih no está de acuerdo: “No están intentando imponer su forma religiosa al resto de la sociedad ni han exigido que cambie el sistema político”, afirma. Descarta también que Libia o Irán muevan las hilos de la rebelión, como asegura el Gobierno a menudo.

Tampoco lo cree Leyla Hamad, investigadora del Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos (TEIM), adscrito a la Universidad Autónoma de Madrid: “Frente al exterior, Saleh busca internacionalizar la revuelta e incluso advierte sobre el peligro que puedan suponer las minorías chiíes de los países del Golfo”, relata.

Eso sí, la insurgencia zaidí tiene tintes integristas. “Husein Huthi, el padre de Abdel­malek, muerto en combate en 2004, fundó los ‘Jóvenes Creyentes’ —núcleo de la rebelión — que realizaban campamentos de verano religiosos y rezos públicos e irrumpían en las mezquitas al grito de ‘Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, viva el islam”, explica Hamad. “Tienen cierto éxito entre la población, porque muchos juzgan la política exterior del Gobierno como demasiado proestadounidense”, añade.

Si en el norte predomina la crítica ideológica, en el sur de Yemen —una república independiente, de sello marxista, hasta la reunificación en 1990— provoca protestas la distribución de la riqueza. “Falta agua, el petróleo escasea, la tasa de analfabetismo es muy alta —el 80% de las mujeres no sabe leer—y la presión demográfica es fuerte. El sur es aun mucho más pobre que el norte y cunde la sensación de que el Gobierno, compuesto en gran parte por norteños, discrimina la región y centra todas las inversiones en el norte”, relata Hamad. En abril, un soldado murió durante las protestas y hubo más de 200 detenidos.

También es la pobreza la que suele motivar los sabotajes de oleoductos y los secuestros de turistas occidentales, que casi siempre se resuelven de manera incruenta y no tienen connotaciones ideológicas o políticas: las tribus utilizan a los viajeros —a los que suelen tratar como ‘huéspedes’— como moneda de cambio para exigir a las autoridades inversiones en su zona, la contratación de familiares en la industria petrolífera local o la liberación de detenidos de su clan.

‘Árabes afganos’

Distintos son los atentados contra turistas que se cobraron varias víctimas en julio y en enero pasados. Hamad los atribuye al nebuloso ‘Ejército Islámico de Adén-Abyan’, formado en los noventa y hoy asociado a Al Qaeda, probablemente compuesto por ‘arabes afganos’, es decir, ex combatientes retornados de la guerra contra las tropas sovéticas en Afganistán en los noventa.

“Se reorganizan”, cree Hamad, que achaca parte la culpa al propio Gobierno: “Saleh ha jugado mucho con los ‘afganos’, mirando hacia otro lado y permitiéndoles juego”. Los ex guerrilleros formaron una fuerza de choque a favor de Saná en la guerra civil de 1994, que enfrentó la sociedad del norte, más religiosa, arcaica y tribal, con el antiguo Yemen del Sur. Según quejas recogidas por el centro International Crisis Group, los militantes integristas fueron responsables de un centenar de asesinatos de líderes políticos del sur a inicios de los noventa.

 Cambio de bando 
En 1990, Yemen votó en la ONU contra el bombardeo de Iraq que iba a forzar a Sadam Husein de retirarse de Kuwait, una iniciativa estadounidense apoyada por la mayoría de los regímenes árabes. Le costó caro: Arabia Saudí revocó el permiso de residencia de más de 700.000 trabajadores yemeníes, cuyas remesas eran fundamentales para la economía de Yemen, los Estados del Golfo suspendieron ayudas por valor de 130 millones de euros, Estados Unidos redujo su asistencia de doce millones de euros a poco más de un millón... Como consecuencia, la sociedad yemení se hundió en la pobreza en los años noventa.

“Aun así, el voto de 1990 es motivo de orgullo para muchos yemeníes”, decepcionados por la colaboración de su Gobierno con la ‘guerra contra el terror’ de Washington, según la investigadora Leyla Hamad. El asesinato de seis supuestos miembros de Al Qaeda en Yemen por un misil lanzado desde un avión estadounidense no tripulado, en 2002, marcó el cambio de postura. Desde entonces, la asistencia militar a Yemen no ha dejado de subir: alcanzó 12 millones de euros en 2006 y 15 en 2008. La suma incluye una partida para el entrenamiento del Ejército yemení por parte de instructores de EE UU.

La fuerza creciente de los movimientos islamistas suníes, organizados en el partido de la oposición Islah e influidos por el wahabismo saudí, ha provocado ya choques armados con los zaidíes de Huthi. “También los suníes tienen escuelas religiosas”, recuerda Faqih, “y los salafíes —la rama suní más fundamentalista del islam— tienen cada vez más poder dentro del Gobierno”.

Un informe del norteamericano Middle East Report (MERIP) asegura que Saleh apoyó en los noventa los colegios religiosos de los Huthi —hoy cerrados por “intolerantes”— e incluso su milicia para contrarrestar la creciente influencia suní wahabí, que contaba con el respaldo de Arabia Saudí.

Faqih cree lo mismo: “El Gobierno fortalece a los grupos religiosos para enfrentar unos a otros; usaba a los salafíes para oponerlos a los movimientos del Sur del Yemen; también a los Huthi los utilizaba como peones hasta que cambió de política y ahora los tiene como enemigos”, denuncia.

Atrapado en el fuego cruzado de dos bandos integristas enfrentados, la sociedad se ha vuelto cada vez más religiosa. Leyla Hamad lo confirma: hoy, todas las mujeres en Yemen llevan el ‘burqa’. Han pasado a la historia los días en la que las chicas de Adén podían mostrarse en la calle con el pelo descubierto o incluso ir a la playa.