Apóyanos

Publicidad
Cuentos Populares Bereberes Defensa Siciliana El caos que viene

Iriarte
Andrés Mourenza / Daniel Iriarte
[Estambul · Nov 2010]
Turquía reportaje 

Vaqueros mortales


Vaqueros chorro arenaGrandes marcas de vaqueros abandonan la técnica del chorro de arena para desgastar los tejidos, debido a su alto riesgo para la salud de los trabajadores.

¿Se ha preguntado alguna vez cómo es que los pantalones vaqueros que encuentra en las tiendas parecen ya usados? Para desgastarlos, existen diversas técnicas, desde el uso de láseres hasta piedras de esmerilar. Pero la más extendida, por su eficacia y su bajo coste, es la aplicación de un chorro de arena a presión contra la ropa. El problema, y esto es algo que casi nadie sabe, es que en el proceso hay gente que muere o queda inválida de por vida.

Por ello, recientemente, dos de las compañías de moda más populares del mundo, Levi’s y H&M, han decidido no volver a utilizar este método. “En Levi Strauss & Co. aplicamos algunos de los estándares más estrictos y programas de supervisión en la industria, pero admitimos que hay fábricas –a veces relacionadas con operaciones de falsificación- que no aplican las mismas garantías, y por ello ponen a los trabajadores en riesgo”, asegura esta compañía en un comunicado.

La cuestión es que los chorros de arena levantan una gran cantidad de polvo que, de no existir una protección adecuada, acaba alojándose en los pulmones de los trabajadores produciéndoles silicosis, una enfermedad que dificulta la respiración e inhabilita para la vida laboral. Produce un envejecimiento prematuro, e incluso la muerte en los casos más agudos, como bien saben los mineros, los principales trabajadores afectados por esta actividad. También afecta al sector de la construcción y de la industria cerámica, pero hasta hace poco no se conocían casos de silicosis entre los trabajadores del textil.

En Turquía, el tercer productor mundial de pantalones vaqueros, el problema es muy grave. “La silicosis se manifiesta normalmente al cabo de quince o veinte años de haber estado expuesto al sílice, pero en casos de gran exposición, como el de los trabajadores turcos del chorro de arena, aparece en tres meses”, explica el doctor Zeki Kiliçarslan mientras nos muestra radiografías de los pulmones destrozados de varios afectados. La enfermedad no tiene cura.

“Los obreros trabajan al menos 12 horas al día, seis días a la semana. No se toma ninguna precaución para evitar los daños; tan sólo en algunos talleres se les da una máscara de esas blancas de papel, totalmente inadecuada. En algunos talleres incluso se tapan las salidas de ventilación para impedir que el polvo se escape”, asegura Kiliçarslan, quien lleva media década tratando a trabajadores enfermos. El problema, nos cuenta, no se limita a Turquía, donde existen miles de casos: “Esta práctica se da, que sepamos, en Iraq, Bangladesh, Egipto, Pakistán y Siria”.

La mayoría de los trabajadores son inmigrantes rurales que acuden a las grandes ciudades empujados por la pobreza. Encontrar empleo en este sector durante unos meses es fácil y cuando las fábricas cierran, enseguida se abren otras. Muchos desconocen los riesgos; otros prefieren ignorarlos, creyendo que es algo temporal. Vaqueros chorro arenaPero la realidad es cruel, como demuestra el caso de Veysi Aydar, quien tras trabajar unos años en Karliova, ha regresado a su aldea natal, como él dice, a “esperar”: “Ya no podemos trabajar en nada. Si te has dedicado a esto, eres inútil para la vida laboral”, nos cuenta amargamente, mientras respira con gran dificultad.

Talleres clandestinos

¿Hasta qué punto cabe responsabilizar a las grandes compañías de esta situación? “El trabajo se encarga a intermediarios, quienes hacen llegar los pedidos a pequeños talleres clandestinos donde no existe ninguna medida de seguridad. Estos talleres abren solamente durante unos pocos meses, y después cierran y se trasladan a otro lugar, para evitar sanciones o tener que pagar indemnizaciones”, cuenta a Ibrahim Yöntem, un abogado que trabaja en el Comité turco contra el Chorro de Arena, y quien también da algunas claves sobre el volumen de este negocio: “En una noche, solo en Estambul, el chorro de arena se aplica a medio millón de pantalones vaqueros”.

 “No hay facturas ni documentos, nada que vincule a las grandes compañías con los talleres, y por eso para nosotros es muy difícil seguir la cadena. Suele haber un encargado al que los trabajadores conocen, pero los papeles de la fábrica están a nombre de otra persona, por lo que es imposible que los obreros puedan denunciarlo”, explica Yöntem.

Este es un punto que algunas grandes empresas, como H&M, admiten. “Se ha demostrado demasiado difícil asegurarse de que los estándares de seguridad son respetados por todos nuestros proveedores y sus subcontratados. Para estar seguros de ningún trabajador que produzca prendas para H&M está poniendo en peligro su salud, hemos decidido dejar de hacer pedidos de productos tratados con chorro de arena”, dice Karl Gunnar Fagerlin, gerente de producción de esta firma.

Ahora, lo que muchos activistas laborales esperan es que, si dos compañías líderes como Levi’s y H&M han prescindido ya de este método, otras muchas les imiten en un futuro breve. Aún es fácil encontrar vaqueros de este aspecto tecleando ‘sandblasted jeans’ en un buscador de internet. Pero es posible que dentro de poco, si quiere unos pantalones que parezcan usados, tal vez tenga que desgastarlos usted mismo.

Cadena de subcontratas

Trabajadores afectados de silicosis, TurquíaEn toda Turquía hay unos 3.500 obreros de los talleres de ‘sandblasting’ aquejados de silicosis, calculan sindicatos y médicos. Cuando la cifra oficial de muertes alcanzó las 40, a principios de 2009, el Gobierno se decidió a prohibir el uso de esta técnica de blanqueado, por lo que la mayoría de las fábricas se han trasladado a Iraq, Siria, Egipto y Bangladesh. Por otra parte no se han definido las penalidades para la práctica, por lo que tampoco está claro en qué podría acabar un juicio.

Para más inri, aquellos que se han atrevido a denunciar a sus antiguos patrones no han conseguido nada. “El dueño de la fábrica cambió el registro de la propiedad y su nombre ya no aparece en ningún papel. Así que la sentencia fue contra nosotros por calumnias. Tenemos que pagarle 275 euros y las costas del juicio y no tenemos dinero. Ellos tienen mejores abogados y pueden hacer trampas”, se lamenta Mahmut.

Otro problema es que, debido a que su trabajo se hacía sin contratos ni papeles de por medio (el 50% de la economía en Turquía es sumergida), muy pocos logran demostrar que se trata de una enfermedad laboral y recibir una pensión de invalidez. “Yo tengo a 11 personas a mi cargo y un informe médico que dice que sufro una minusvalía del 80%. Recibo una ayuda de 230 euros cada tres meses. ¿Cómo puedo vivir con eso?” se queja Said.

 “Hay que entender que estos hechos no se producen solo por las malas condiciones laborales de Turquía, sino que se trata de algo ligado a la economía global –opina Kiliçaslan–. Todas las grandes marcas de moda han usado este sistema, aunque lo hacen subcontratando a una empresa, que a su vez subcontrata a otra y esta a pequeños talleres, por lo que es muy difícil pillarlas”. Andrés Mourenza (2009)