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Aranguena
Blanca L. Arangüena
[Estambul · Nov 2011]
Turquía reportaje 

Salir del armario en Turquía


Zenne DancerAunque la homosexualidad no está prohibida en Turquía y Estambul cuenta con una vibrante escena gay, la reacción de la familia aún puede ser un riesgo mortal para vivir abiertamente una opción sexual distinta.

Tan solo eran 30 los valientes que se atrevieron a reivindicar en las calles de Estambul su diferencia. Fue en el año 1992. Salieron a desfilar en el primer orgullo gay “a pesar de los insultos, de las miradas y del acoso de la policía”, recuerdan los que participaron en esa marcha.

Desde entonces hay mucha más gente bajo el arco iris turco. “Este año somos 5.000. La gente está poco a poco perdiendo en miedo, pero todavía queda mucho por hacer” explicaba durante la celebración del Orgullo gay 2011 Olivier Cerri, activista francés conocido por el apodo de Kaptain Bear.

Cada año Kaptain Bear acude a su cita con Estambul. Explica que al contrario de lo que pueda parecer a primera vista, Estambul, con sus bares de ambiente, sus hoteles 'gayfriendly' y su cosmopolitismo, todavía esconde historias que muestran lo difícil que es salir del armario en la Turquía del siglo XXI.

Quizás la más conocida es la de Ahmet Yildiz, un joven gay de 26 años y activista por los derechos de los homosexuales que fue asesinado por su familia para “limpiar el honor”. Ahmet llegó a Estambul desde un pueblo del centro de Anatolia para estudiar en la universidad. Pensaba irse a vivir con su pareja, Ibrahim Can, a Alemania al terminar la carrera. No lo consiguió. Tras amenazarle con un matrimonio forzoso, el internamiento en un psiquiátrico y finalmente la muerte, un familiar de Ahmet le disparó a la salida de un café en Estambul en 2008.“Su cuerpo se quedó en la morgue varios días porque su familia no quería hacerse cargo del funeral” rememora ahora Can, la entonces pareja de Ahmet, que todavía lucha por llevar a sus asesinos ante el juez.

A pesar de que Turquía ofrece más libertad a los homosexuales que otros países musulmanes, este colectivo sigue haciendo frente a problemas de violencia y discriminación en el país. Zenne DancerSegún un estudio de la universidad de Bahçesehir, el 60 % de los turcos no querría tener a un homosexual como vecino. El prejuicio aumenta en los barrios tradicionales de las grandes ciudades y en las zonas rurales del país, donde la presión social puede llevar a las familias encerrar o a asesinar a sus familiares homosexuales, como en el caso de Ahmet.

Tan solo en 2010, 16 personas fueron asesinadas por su orientación sexual según el último informe de Amnistía Internacional. La mayoría a manos de familiares, conocidos o clientes de favores sexuales. Sin embargo, como apunta Andrew Gardner, redactor del documento, “sospechamos que el número sea mayor ya que la información la recabamos de los periódicos. El gobierno turco se negó a facilitarnos datos sobre estos crímenes”.

La historia de Ahmet ha vuelto al debate turco. Más allá de que organizaciones y amigos de la víctima siguen peleando por un juicio justo, su trágico final ha inspirado la película con la que abrió el Pembe Hayat Queer Festival (Festival Queer de la vida color de rosa), que arrancó el pasado jueves en la capital del país, Ankara, tras haber ganado cinco premios en el Festival Golden Orange ―los Goyas turcos― de Antalya. Dirigida por M. Caner Alper y Mehmet Binay, Zenne Dancer repasa, a través de la historia de dos jóvenes homosexuales, los problemas a los que el colectivo se enfrenta en Turquía: rechazo familiar, la humillación por parte de los poderes públicos y la falta de protección legal.

Escenas como el examen físico ―que incluye una exploración anal― al que los protagonistas tienen que someterse para librarse del servicio militar, son trámites habituales para este colectivo, según el último informe de Amnistía Internacional.

Los homosexuales turcos no son bienvenidos en el ejercito turco, que les califica de “desviados sexuales”. Muchos sufren las humillaciones de sus compañeros y superiores, por lo que deciden someterse a las inspecciones físicas para evitar el servicio militar. Pero no sólo el ejercito turco veta a los homosexuales.La semana pasada, la prensa turca se hacía eco de la destitución de uno de los jueces del Consejo Superior de Jueces y Fiscales por no ocultar su homosexualidad. Incluso dentro del propio gobierno turco se habla de “desviación”. En marzo, la ministra de Asuntos de la Mujer y Familia, Selma Aliye Kavaf, se refirió a la homosexualidad como “un desorden biológico y enfermedad que debe ser tratada”.

Transexuales repudiadas

La situación empeora en el caso de los transexuales. Generalmente repudiados por sus familias, la mayoría se ven abocadas a prostituirse en las ciudades donde son víctimas de constantes abusos. El informe de Amnistía rescata algunos ejemplos de este colectivo. Como el de Irmak (nombre falso) de Diyarbakir. La joven, que ahora vive en Estambul y ha comenzado a tomar hormonas, recuerda que pasó ocho meses encadenada al radiador de su cuarto cuando su hermano mayor se enteró de que quería cambiarse de sexo. Özen y Kurt, transexualesIrmak asegura que recibe a diario amenazas de clientes y que no se atreve a denunciar por miedo a que las autoridades informen de su paradero a sus familiares en Diyarbakir.

“La complicidad de las autoridades les proporciona inmunidad a los perpetradores” asegura Kemal Ördek, miembro del Comité Pink Life, que explica que los transexuales son detenidos casi a diario bajo los cargos de alteración del orden público y llevados a las comisarias donde sufren vejaciones y torturas.

Y es que en Turquía “no existe una ley que criminalice la homosexualidad como en otros países musulmanes, pero tampoco existe un marco de protección legal, lo que les deja desamparados cuando buscan ayuda” señala el informe. A lo que Ördek añade un desinterés total del ejecutivo por el tema. “El gobierno excluye abiertamente a gays, lesbianas o transexuales del proceso legislativo, especialmente en las políticas de antidiscriminación, crímenes de odio y la nueva Constitución”.

Sin embargo, Turquía no siempre ha sido un país homófobo. Según el colectivo de lesbianas, gays, transexuales y bixesuales de Estambul Lambda, la cultura otomana era abiertamente bixesual. “Antes del siglo XIX era natural para los hombres tener relaciones sexuales con adolescentes. Las mujeres era necesarias para la reproducción pero eran los jóvenes los preferidos para proporcionar placer. Era algo normal, pero nunca fue una homosexualidad o bisexualidad consciente” explican. No fue hasta la llegada del siglo XIX, cuando el Imperio Otomano empezó a mirar hacia Europa, que se acuñó el término homosexual.“Fue en esta época en la que empezaron a desaparecer los tellaks, adolescentes que se encargaban de lavar a los hombres en los hamam y de realizar servicios sexuales” explica un miembro de la organización.

Una mirada a la literatura clásica otomana muestra hasta qué grado la bisexualidad era algo aceptado en la sociedad. “Hay un poema muy bello en el que el autor se queja de que su joven amante está perdiendo la belleza porque comienza a salirle vello facial”, explica Irfan Sanci, editor de literatura erótica. Los muchachos era sustitutos para las mujeres, tanto era así que la armada otomana se hacía acompañar de adolescentes especialmente bellos, que peleaban de día y atendían las necesidades de los generales por las noches. “Las campañas duraban meses, incluso años; era una solución práctica” asegura Sanci.

Cantantes aceptados

Esa doble dimensión todavía existe en el mundo del espectáculo, donde los homosexuales y los travestís, son aceptados ―no tanto así las lesbianas― . Con sus pestañas postizas, sus uñas esculpidas y sus pasminas multicolores, el cantanta Zeki Müren personifica a la perfección esta doble moral turca.Sus canciones de amor son entonadas por los tenderos en Estambul, pero, a pesar de que muchos matarían a un hijo suyo si se vistiera de esa guisa, aceptan la voz melosa de Müren al que llaman, sin pudor, “El Pasha”. Lambda, EstambulA pesar de llevar 15 años muerto, todavía no existe un consenso sobre su orientación sexual, de la que muchos turcos prefieren pensar como en occidente hacemos de los ángeles. “Zeki Müren es Zeki Müren, punto”, es la respuesta más común cuando a un turco se le pregunta por el cantante.

Otro ejemplo es el de Bülent Ersoy, cantante clásica que se convirtió en la primera celebridad turca en realizar un cambio de sexo en 1981. A pesar de conservar su nombre masculino Bülent, realizó una dura campaña durante el gobierno de Kenan Evren para poder vestirse de mujer en los escenarios.

No lo consiguió, pero en 1998, una década después de la caída de Evren, consiguió cambiar su sexo en el registro civil tras una revisión de la ley. Sus fans la llaman la Diva o “Abla” ―fórmula de respeto con la que los turcos se dirigen a una mujer― y la han aceptado y defendido a través de todos, que no son pocos, los escándalos en los que se ha visto envuelta.

Pero en la calle, las cosas cambian de color. Incluso entre las clases acomodadas de Estambul, salir del armario, aunque no trágico, sigue siendo difícil. Así lo rememora Ammar Özera, que acabó por aceptar su homosexualidad durante sus estudios universitarios.“Con mis amigos no fue difícil. Perdí a algunos, pero ya contaba con eso, lo peor es siempre enfrentarse a la familia” explica. “Mi madre, que es ama de casa, tuvo que acudir a unos cursillos informativos organizados por colectivos gays para comprender que su hijo no estaba loco. Ahora me apoya” explica. “A mi padre todavía no se lo he contado. Soy su único hijo varón y sé que no va a aceptar que me gusten los hombres”.

Jóvenes como Özera ven con esperanza la eclosión de iniciativas culturales con el Pembe Hayat Queer Festival. El festival intenta tocar las diferentes caras del colectivo; desde el descubrimiento tardío de la homosexualidad que relata la película de Ander, de Roberto Castón, pasando por las drag-queens portuguesas de Morrer como um homem y los amores de una aristócrata lesbiana de la época victoriana en The secret diaries of Miss Anne Lister.

El evento es tolerado por la municipalidad de Ankara, muy sensible a la opinión pública europea desde 2005. Sin embargo, como denuncian los organizadores, se niegan a apoyarlos económica o logísticamente. Hacerlo significaría una fuga de votos para cualquier gobierno municipal cuyo electorado de base es, en gran medida, familias como la de Ahmet o Irmak. Familias que todavía creen que quien es diferente debe ser castigado.

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