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Topper
Ilya U. Topper
[Estambul · Sep 2011]
Turquía reportaje 

La Estambul bohemia, cuenta atrás


Protesta a favor de las terrazas en Estambul

La guerra contra las terracitas de los bares, emprendida por la policía municipal de Beyoglu, puede ser el arranque de un proyecto de reforma 'visual' que convierta este barrio bohemio de Estambul en una zona elegante.

“¿Está libre esta silla?” Es una noche de septiembre, y pese a la ligera brisa del Bósforo aún apetece tomarse la cerveza en una terracita. Sobre todo porque dentro no se puede fumar. Son apenas las doce de la noche y el camarero aún tiene por delante dos o tres horas de actividad. La clientela, probablemente más. Hay bares que no cierran hasta el amanecer.

De repente, los parroquianos se levantan precipitadamente, salvando sus copas. El camarero dobla sillas y mesas a una velocidad de vértigo y los apila en la entrada. En menos de un minuto, la calle – peatonal como todas las calles de esta parte de Beyoglu – está barrida. El aviso nunca se oye, nadie grita ¡agua! pero alguien apostado en la bocacalle, probablemente otro camarero, ha dado la alarma, tal vez por teléfono: la policía vuelve a rondar el barrio. Y mesa que haya en la acera, mesa que va a los depósitos municipales.

Las mesas de las cervecerías, esto es. Los locales que sólo sirven té y narguilé mantienen el mobiliario desplegado. Pero son la minoría en estas calles entre Istiklal ― la mayor arteria comercial de Estambul, dos kilómetros de tiendas, boutiques de moda, cafés caros y un tranvía nostálgico ― y Tarlabasi, la avenida que divide el Estambul bohemio, bebedor y nocturno de los barrios bajos.

3.000 bares

“Hay unos 3.000 bares en estas calles”, asegura Tarkan Konar, secretario general de Beyder, la asociación de locales de ocio de Beyoglu, y no es difícil creerle: en este medio kilómetro cuadrado, muchos edificios tienen un bar distinto en cada planta. Las terracitas se alineaban tan densas que en muchas callejuelas, andar era la más difícil de las opciones.

Ya no. Ahora se podrían hacer los cien metros lisos. Desde finales de julio, la policía aplica una política de cero mesas. Ya no se trata de reducir el número de mesitas al que corresponde al canon pagado por el bar. La causa de la guerra ya no es la evasión de las tasas municipales. Sino una visión del mundo.

Protesta contra la reforma de BeyogluEso creen las miles de personas que marcharon el sábado pasado a lo largo de Istiklal. Con banderas rojas y pancartas que pedían una rebelión. “Que nadie toque nuestro Beyoglu”. “No queremos una dictadura”. Esto iba mucho más lejos que una revuelta de noctívagos. El ejemplo vivo: una figura en burka negro entre una tropa de ciclistas. Era un hombre. Su cartel: ¿Hace falta vestir burka para poder estar en la calle?

El joven exagera: en la calle Istiklal abundan las minifaldas y los escotes. Pocos pañuelos se ven entre medio. Pero sí algunos burkas: pertenecen a las turistas saudíes y del Golfo que cada vez más eligen Estambul como destino de vacaciones. Hay quien cree que la orden de quitar las mesas de los bares pretendía precisamente atraer a este turismo, muy potente económicamente y muy religioso.

La campaña contra las terrazas empezó pocas semanas antes del ramadán: durante este mes, la tradición islámica considera inadmisible el consumo de alcohol (en la práctica tolerado el resto del año), y su venta abierta poco menos que un escándalo público. En Turquía, estado laico, sería imposible justificar una norma municipal con la religión, pero pocos se creen que la campaña antiterrazas realmente intente complacer a los vecinos residentes en el barrio. En primer lugar, porque existen pocos: la mayor parte de los edificios alberga negocios, tiendas, oficinas... y sobre todo bares. El rumor asegura que poco antes, el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, intentó atravesar en coche una de las calles y se vio paralizado por las terracitas, y tras un altercado decidió hacer tabla rasa.

Los términos legales no están claros. “Pagamos un canon al municipio por las mesas que colocamos en la acera” asegura E. A., copropietaria de un bar de raki y tapas en la zona afectada. “Desde luego, todo el mundo pone muchas más mesas en la calle que las que corresponden a la tasa. Ya en el pasado, la policía ha impuesto multas por exceder el espacio asignado. Pero ahora han cambiado las reglas: ya no aceptan el dinero y exigen obtener primero una licencia específica”. Y ésta no se entrega, de momento.

Sillas del amor

La alarma ha cundido ahora: concluido el mes de ramadán, el municipio no ha dado marcha atrás. Jóvenes kurdas en DiyarbakirAhora hay temores de que no se trate únicamente de una medida puntual para esconder la “depravación” de la ciudad a ojos de los saudíes. A eso se añade otro detalle: al inicio del verano, con las terracitas aún legales, la policía decomisó numerosas sillas de 'dos plazas', pequeños bancos que forman parte del mobiliario habitual de las cervecerías.

El motivo oficial era que los muebles no estaban en buenas condiciones y tenían que ser reemplazados por otros más nuevos, pero los camareros creen que se trata de impedir que las parejitas se sienten demasiado juntos.Según algunos testimonios, la propia policía dejó entrever que se trataba de eliminar las "sillas del amor" del paisaje urbano.

Por ahora, muchos bares mantienen un juego de gato y ratón con la policía: sacan algunas mesas, pero las vuelven a plegar cuando hay rumor de un control. Cumplir la nueva norma sería una ruina: en todos los bares está estrictamente prohibido fumar (aunque no todos lo cumplen), de manera que las terrazas son muy populares incluso en invierno. Protegidos por toldos y estufas eléctricas, los noctívagos resisten lluvias y nevadas.

“Quieren cambiar todo el barrio”, cree una de las organizadoras, una mujer de mediana edad, cuyo estilo – vestido blanco, abundante quincallería y tatuajes― la identifica sin lugar a dudas como dueña de algún bar de estilo personal. Se refiere a las autoridades municipales, pero detrás está la visión de una nueva Turquía, encarnada por el propio primer ministro, Recep Tayyip Erdogan. “Quieren convertir esto en una zona 'decente'. No les gustamos: también han quitado a los músicos”.

En la manifestación marcha, silencioso, un hombre mayor, en la mano el saz, el laúd turco. Es uno de los decenas de músicos que viven de hacer la calle de Beyoglu, una parte del barrio tan imprescindible que forman parte del escenario incluso en los filmes de Fatih Akin.En agosto, la policía decomisó también los instrumentos musicales de un grupo callejero, y el alcalde, Ahmet Misbah Demircan, intentó explicar por twitter que “no se había prohibido la música en la calle”, sino que se trataba de “intervenir en el momento justo” para evitar “que cualquiera montara una orquesta”.

Demircan figura en las pancartas de otro grupo de manifestantes: su caricatura posa bajo las palabras “Oficina Inmobiliaria”. Y es que la reestructuración de Beyoglu no sólo amenaza las calles bohemias. Protesta contra la reforma de BeyogluAl otro lado de la avenida empieza el barrio Tarlabasi, hogar para gitanos y kurdos del sureste, artesanos modestos, cambalacheros, lavadoras de alfombra y lana, quincalleros y recogedores de basura, todo este hormiguero humano oculto que mantiene en marcha la vida bohemia del otro lado.

Expulsar a los vecinos

Tiene mala fama el barrio, muy mala, pero aunque alguna vez se oyen disparos ―un ajuste de cuentas, quizás―, normalmente sus empinadas callejuelas muestran una estampa de lo más familiar: niñas jugando a la rayuela, señoras fumando a la puerta de sus casas, o charlando de balcón a balcón. Balcones que han visto mejores épocas: hasta su expulsión a mediados del siglo, aquí vivían los adinerados comerciantes griegos y levantino. Muchas casas están ya en ruinas.

Aún. El municipio ya tiene planes para sanear el barrio. Derribará muchas casas, salvará las fachadas de unas cuantas, construirá hoteles elegantes y oficinas. Los vecinos de ahora no se podrán quedar. Recibirán una indemnización, tal vez una vivienda en la periferia, a dos horas de viaje en transporte urbano. No podrán seguir trabajando.

Amnistía Internacional protestó en julio contra las primeras evacuaciones. Los residentes no habían recibido asistencia legal, ni viviendas alternativas ni indemnizaciones adecuadas, y algunos habían sufrido amenazas y presiones por parte de la policía, denuncia la organización. La municipalidad no parece haberse planteado la opción de asistir a los vecinos a sanear sus casas: prefiere hacer tabla rasa y proyectar un barrio nuevo, un estilo de vida distinto. Como al otro lado de la avenida: negocios y turistas de dinero en lugar de bohemios, músicos, bebedores y poetas.

La tuerca se aprieta y es financiera. “Más de dos mil personas han perdido ya su trabajo”, estima Konar. Como la situación se prolongue, miles más se quedarán en paro. Menos mesas, menos clientela, menos alcohol, menos dinero para conciertos, menos para las tiendas de atrezzo, los talleres de teatro, los anticuarios marxistas, las revistas satíricas, los cineclubs reivindicativos, los cafés feministas, las asociaciones de gays y lesbianas, los activistas de todo pelaje. Estambul, por fin, será decente.