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Topper
Ilya U. Topper
[Antakya · Jun 2011]
Turquía  reportaje 

El emperador no reinará solo


Votación en Antakya, TurquíaLa rotunda victoria electoral de Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro de Turquía, no basta para diseñar una reforma de la Constitución en solitario, al no llegar a los 330 diputados.

Triunfo, sí, pero sin arrollar. Las urnas le dieron ayer la victoria al partido AKP, conservador y religioso, y a su líder, Recep Tayyip Erdogan, primer ministro de Turquía desde 2003. La victoria era previsible.

Con un 49,8 por ciento de los votos, la victoria era incluso algo mayor que la esperada. Pero no alcanzó para cumplir los sueños más triunfales del ganador: reformar la Constitución en solitario.

Con 326 escaños, el AKP supera ampliamente la mitad del hemiciclo. Pero se queda a cuatro diputados de la mayoría de tres quintos ―330 escaños―, mínimo necesario para poder diseñar una reforma de la Constitución y presentarla a referéndum. La meta más soñada, pero difícilmente alcanzable, eran los 367 escaños que habrían permitido imponer la reforma sin pasar por un plebiscito.

Erdogan no está solo con su intención de reformar la Constitución: gran parte del país pide una nueva Carta Magna que reemplace la diseñada en 1982, aun bajo la bota de la dictadura militar. Pero muchos recelaban de un primer ministro decidido a galopar en solitario. Este temor ha llamado a las urnas a numerosos votantes, decididos a frenar a Erdogan.

“Por la democracia”, responde Ahmet, electricista en Antakya, preguntado por qué vota al CHP.Mitin electoral del CHP Can, un estudiante de ingeniería de 23 años, residente en Ankara, preferiría votar a la izquierda, “pero los partidos izquierdistas no llegarán al Parlamento, es tirar tu voto a la papelera. Hay que reforzar al CHP, que no va a ganar ahora, pero tal vez dentro de cuatro años”.

“CHP: no nos gusta Erdogan” susurra una señora con semblante conspirativo. Otros son más explícitos, como Hulya Diab, de familia turca árabe y de religión alawí, ama de casa casada con Adhib, aparcacoches en un restaurante. “No queremos que las mujeres lleven 'eso'” declara, dibujando un imaginario pañuelo islamista. “Votamos al partido de Atatürk, queremos una república laica”.

Pero el malestar generado por los modales autoritarios de Erdogan, exacerbados en la campaña electoral, y el temor de que otros cuatro años de un gobierno conservador reforzarán el sector religioso, no ha podido contra la sensación general que ve en Erdogan un salvador. “Lo ha hecho muy bien” afirma Sedakat, profesora de música en paro, al explicar su voto. No le falta razón. El crecimiento económico de Turquía, de un 9% en el último año, es un argumento con peso. También la moneda estable que permite por primera vez planificar el futuro tras décadas de una inflación desbocada: superó el 100% en los años ochenta, ahora se sitúa en el 7%.

Otro factor es la democratización frente al poder del estamento militar, ahora prácticamente relegado a los cuarteles gracias a una amplia campaña de procesos judiciales contra oficiales con supuestas intenciones golpistas. El acercamiento a la Unión Europea ha obligado a numerosas reformas legales, aplaudidas por los defensores de los derechos humanos.

Con un 25,9 por ciento, el resultado del CHP, el partido socialdemócrata y principal rival del ganador AKP, se queda por debajo de las previsiones más optimistas, pero unido al 13 por ciento del ultranacionalista MHP forma un eficaz bloqueo a las aspiraciones hegemónicas de Erdogan. Ahora, el primer ministro deberá renunciar a su supuesta meta, aireada en los últimos meses en forma de globos sonda: convertir Turquía en una república presidencialista, donde el líder concentraría tanto las atribuciones simbólicas como las ejecutivas. Con un presidente llamado, naturalmente, Recep Tayyip Erdogan. Los guiños no faltaban: el eslogan electoral pedía prepararse para... 2023. Si bien la fecha simbólica es el centenario de la República de Turquía, la intención del líder de quedarse con el bastón de mando para otros 12 años era visible.

Un sueño fallido. Las invectivas de Erdogan contra el MHP, el partido ultranacionalista y antiguo padrino del movimiento de los Lobos Grises, también hacen descartar que Devlet Bahceli, su dirigente, apoye al AKP en el futuro. Papeleta electoral turcaHace pocas semanas, Bahceli apuntó al ámbito del AKP al buscar los culpables de una campaña de vídeos de contenido sexual ―relaciones extraconyugales y, a veces con prostitutas filmados con cámara oculta― que obligaron a seis candidatos del MHP a dimitir.

Cem, estudiante de Ankara y votante del MHP, no cree que el escándalo de los vídeos haya afectado los resultados del MHP. Antes al contrario: la gente habrá reaccionado contra el juego sucio “de quien fuera”. Un descalabro por debajo del umbral del 10 por ciento habría cambiado totalmente el mapa electoral, entregando todo el poder al AKP.

El poder de los kurdos

Ahora, la reforma deberá contar con la alianza entre CHP y diputados kurdos, forjada en las meses de campaña electoral en una especie de pinza al todopoderoso AKP, que no ha cumplido con las expectativas que la población kurda ponía en el esperanzador acercamiento de los últimos años.

Los candidatos del BDP, el partido prokurdo, se han presentado, como siempre, bajo la fórmula de 'independientes', lo que les permite evitar el umbral del 10% de votos a nivel nacional, límite mínimo para acceder al Parlamento. Como era previsible, arrasaron en Diyarbakir, la capital no oficial del Kurdistán turco, y otras seis provincias del sureste del país. Con un 5,9 por ciento de los votos no superan sus previsiones, pero sus 36 diputados en el Parlamento les permitirán formar un bloque importante.

La bomba de sonido que estalló el domingo por la noche en una celebración electoral en la provincia de Siirnak ―once heridos, seis de ellos hospitalizados― mostró que no todos están de acuerdo con la reforzada presencia kurda en el escenario nacional. La agencia kurda Firat acusa a “Mehmet Tatar y su tribu”, que tacha de “adheridos al régimen otomano y su versión moderna” y “representantes de las milicias protectoras”, la fuerza auxiliar del Ejército en las zonas kurdas.

El ataque no enturbia la fuerza de un partido que ha sabido sacudirse la imagen de ser el mero brazo político de la guerrilla PKK. Es el mérito de políticos como Osman Baydemir, alcalde de la 'capital' kurda Diyarbakir ―”los fusiles no tienen nada que hacer en el siglo XXI”, declaró― y candidatos como Sirri Süreyya Önder, un escritor y cineasta que no es kurdo, pero se presentó ―y ganó― en Estambul bajo los colores del BDP. En la metrópoli, el partido recibió 350.000 votos y tres escaños.

Al darse a conocer los resultados, Turquía se convirtió en una fiesta: nadie disputa a los simpatizantes del AKP su alegría por un neto triunfo por encima del 50%, un rotundo 'aprobado' para la gestión del gobierno. Simpatizante del MHPPero la oposición, sin clamar victoria, puede considerar que ha conseguido lo que pidió el eslogan electoral del CHP: “Un respiro para Turquía”. El partido socialdemócrata no sólo ha incrementado su apoyo del 20,8 al 25,9 sino, además, es el único partido que ha ganado escaños en el hemiciclo: contará con 135 diputados, 23 más que antes. En palabras de su lider, Kemal Kiliçdaroglu, se ha hecho “con 3,5 millones de nuevos votantes”. “Nadie tiene derecho a perder la esperanza”, aseguró al prometer que dentro de cuatro años, esta formación socialdemócrata renovaría su asalto al poder.

Aún así, el diario progubernamental Zaman cree que Kiliçdaroglu puede tener que afrontar en las próximas semanas reproches del bando agrupado en torno a su predecesor, el veterano dirigente Deniz Baykal, que fue forzado a dimitar hace un año tras difundirse un vídeo de contenido sexual. Kiliçdaroglu se había impuesto en un difícil congreso, consciente que su futuro dependería de su resultado en las elecciones. La subida parece suficientemente fuerte como para afianzarle en el cargo, aunque hay quien le reprocha no haber alcanzado el 29%, marca del CHP en los comicios locales de 2009.

Quienes tienen más claro el futuro son los diputados kurdos: saben qué piden a la nueva Carta Magna. Habrá que reformular los párrafos que definen a cualquier ciudadano de la República como “turco”, ya que este término excluye, según ellos, su identidad como kurdos. También piden la enseñanza primaria en kurdo y la bajada del umbral electoral a un cinco por ciento, lo que les permitiría competir como partido y abriría el hemiciclo tal vez a otras formaciones.

Erdogan tendrá que contar con ellos, y muchos piensan que esto será bueno incluso para el AKP. El martes, el periodista Ahmet Altan lo había expresado de otra manera ante el juez, donde tuvo que defenderse por criticar a Erdogan en sus columnas: “Si usted me condena, el primer ministro seguirá pensando que él se puede permitir todo. Si me absuelve, se dará cuenta de su error y tanto él como el país ganarán. Le solicito, su señoría, que usted ayude a nuestro primer ministro, que duda entre convertirse en una figura histórica o el personaje de una tragedia”.

El Gandhi turco
Kemal Kiliçdaroglu

KilicdarogluLe llaman el 'Gandhi turco' por sus gafas de metal, su sonrisa pacífica y su aspecto vulnerable. Kemal Kiliçdaroglu (Tunceli, 1948) lleva un año instalado en la presidencia del partido socialdemócrata CHP, el mayor de la oposición. Arrastra el lastre de un ascenso poco honorable, probablemente un golpe palaciego con métodos sucios: su predecesor, el veterano líder Deniz Baykal, instalado en el cargo durante 18 años, tuvo que dimitir en mayo de 2010, tras airearse un vídeo que le mostraba en relaciones íntimas con una ex secretaria convertida en diputada. Pocos dudan de que el escándalo fue dirigido desde dentro para renovar el partido antes de las elecciones.

La personalidad de Kiliçdaroglu ha contribuido a hacer olvidar las rencillas internas ―pese a que Erdogan no deja de recordar en los mítines que su rival es un 'líder virtual' de la 'videocracia'― y ha insuflado nuevas esperanzas a muchos jóvenes desilusionados con un CHP esclerotizado y estancado en las consignas a favor de Atatürk, el fundador de la República. Kiliçdaroglu ha reorientado su discurso hacia la izquierda, insistiendo en los derechos sindicales.

Hijo de un notario, Kemal Kiliçdaroglu se graduó en Economía en Ankara en 1971 yi el mismo año empezó una carrera como funcionario en el Ministerio de Finanzas, donde alcanzó el cargo de director general de la Seguridad Social. Con 54 años fue elegido diputado por el CHP y en 2007, reelegido, se convirtó en portavoz de su partido.

Laicista convencido, Kiliçdaroglu nunca ha hecho pública su afiliación religiosa, aunque es conocido que procede de una familia aleví, una orientación religiosa que agrupa a unas 15 millones de personas en Turquía y que a menudo es considerada una rama islámica, aunque su rasgo esencial es la ausencia de dogmas. Tunceli, la provincia predominantemente aleví, patria chica de Kiliçdaroglu, se convirtió ayer en la única isla socialdemócrata en una Anatolia dominada por el AKP.

Los resultados del CHP, con un 25% moderados pero en todo caso mejores que el 19 y 18 por ciento que Deniz Baykal consiguió en los dos últimos comicios, permiten a Kiliçdaroglu presentarse como el líder que ha sabido sacar el partido del pozo en el que se encontraba y fijar sus esperanzas en 2015. Para entonces, tal vez Erdogan habrá ido erosionando su propia imagen. Y la edad de Kiliçdaroglu lo hará parecerse aún más a Gandhi, el pacífico revolucionario.

El sultán
Recep Tayyip Erdogan

Erdogan“Recep Tayyip Erdogan I, sultán otomano”. El título majestuoso no reflejaba, esta vez, una ácida crítica de un caricaturista sino la adoración de unos simpatizantes jubilosos durante la campaña electoral. El fino bigote del primer ministro ha protagonizado los carteles electorales y ha convertido los comicios en parte en un referéndum a favor o en contra suyo. Nota: un aprobado.

Erdogan (Estambul, 1954) sabe conectar con el pueblo: no ha dudado en sacar la artillería pesada del lenguaje directo, incluso agresivo, para presentarse como uno del pueblo, el chico de Kasimpasa, un barrio humilde de Estambul en cuyas calles el joven Tayyip vendía limonada y bollos. Su familia conservadora marcó el rumbo: se graduó en 1973 un instituto de educación religiosa, parte de la red de los colegios 'Imam Hatip', pensados para estudiantes de teología. Tres años más tarde se afilió a las juventudes del Partido de Salvación Nacional, una formación islamista dirigida por el fundamentalista Necmettin Erbakan (1926-2011), que durante décadas sería su mentor.

En 1994, Erdogan fue elegido alcalde de Estambul, con el respaldo del partido islamista Refah. Se supo ganar a la población con una eficaz gestión municipal ―nada fácil en una ciudad de ya entonces unos 7 millones de habitantes (hoy supera los 15)― poco orientado en la ideología religiosa. Tuvo que dejar el cargo en 1998 al ser condenado a diez meses de cárcel por leer un poema que la Fiscalía consideró islamista.

Fue sólo el inicio de una meteórica carrera. En 2001, Erdogan abandonó la órbita de Erbakan al fundar el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), más pragmático que las formaciones religiosas de su maestro. Su joven equipo se impuso en las generales de 2002; tras cambiarse una ley que vetaba su acceso al Parlamento pudo ocupar el cargo de primero ministro en 2003.

Durante sus ocho años en el poder, Erdogan ha sabido disipar los temores que le atribuían una 'agenda oculta' destinada a convertir la laica Turquía en una república islamista al estilo de Irán. Pero en los últimos meses, su figura de hombre hecho a si mismo ha oscurecido su perfil: no duda en llevar a los tribunales a cualquier columnista, diputado o caricaturista que le critique. La semana pasada, la Justicia absolvió a un grupo de estudiantes para los que el primer ministro reclamaba cárcel: le habían llamado “vendedor callejero” en una obra de teatro.