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Bonet
Ethel Bonet
[Arsal · Jul 2012]
SIRIA  reportaje 

Del infierno sirio a las brasas de Líbano


Madres sirias refugiadas en LíbanoLos refugiados sirios que llegan a Líbano se encuentran hacinados, sin apenas ayuda oficial y atrapados por la creciente tensión entre suníes y chiíes, aliados de los rebeldes y del régimen sirio, respectivamente.

Los despachos y almacenes de una vieja cooperativa agraria se han trasformado en aulas improvisadas, con sillas y mesas de plástico, de una escuela para refugiados sirios. Alrededor de 700 familias numerosas de la provincia de Homs, que han huido de los bombardeos de las fuerzas de Bashar Asad, han encontrado refugio en la localidad libanesa de Arsal, de 45.000 habitantes, un municipio al noreste de Baalbek que comparte 60 kilómetros de frontera con Siria.

Después de cerca de 16 meses de conflicto que ha dejado más de 15.000 muertos, y con pocos visos de que mejore la situación actual, muchos sirios han perdido la esperanza de poder regresar en un futuro cercano a sus hogares.

“Nos preparamos para el peor escenario, por eso queremos que aprendan inglés y francés para que puedan ingresar el próximo curso en las escuelas libanesas”, comenta Samir Ismail, responsable del proyecto educativo de la ONG italiana “Terre des Hommes”, dentro de un programa para niños refugiados sirios de UNICEF. “Sin el conocimiento de un idioma extranjero los niños sirios serán rechazados en cualquier colegio público o privado del Líbano”, insiste el responsable educativo, que teme que la situación en Siria no mejorará en mucho tiempo.

A Ismail le llama la atención que en su centro solo haya 70 niños matriculados, cuando más de la mitad de los refugiados en la ciudad fronteriza libanesa de Arsal son menores de edad. “Los padres tienen miedo de que sus hijos salgan de casa, por eso no vienen muchos a la escuela”, explica Ismail.

Arsal es la única localidad de mayoría suni en el valle de la Bekaa, feudo de la milicia chií Hizbulá, aliada con el régimen sirio. Familia siria en LíbanoAunque hasta la fecha sólo se han producidos incidentes aislados, y algún que otro secuestro más por motivos económicos que ideológicos, los vecinos temen que puedan estallar enfrentamientos entre suníes y chiíes como los ocurridos en la ciudad portuaria de Trípoli, donde al menos 13 personas han perdido la vida en los últimos meses.

“La mayoría de los alumnos de la escuela tienen algún tipo de trauma psicológico”, apunta Nur, la trabajadora social. “En mis clases les digo que dibujen lo primero que se les venga a la cabeza y muchos niños pintan tanques, armas de fuego o personas muertas”, subraya Noor, antes de agregar que “la guerra está siempre presente. La mayoría de estos niños han perdido familiares, han visto como asesinaban a gente, o los han bombardeado”.

Rayat tiene doce años, pero su mirada ha perdido la inocencia. Su tono de voz es tan bajo que apenas se le oye. Rayat echa mucho de menos su casa en al Qusair, una localidad fronteriza siria en la provincia de Homs, a sus amigos del colegio y a sus primos. “No soy feliz aquí quiero volver a mi casa. Jugar con mis amigas y visitar a mis primos. Los echo mucho de menos”, insiste la niña.

Rayat llegó con su familia hace cuatro meses a Arsal, después de que su vivienda fuera destruida en un bombardeo. La niña, sus otros seis hermanos, sus padres y su abuela materna lograron huir, pero su abuelo murió en un puesto de control del ejército sirio. “Mi abuelo tenía problemas para andar y usaba un bastón. Unos soldados lo detuvieron, le quitaron el bastón y le pegaron con él. La paliza le provocó un ataque al corazón y murió”, suspira al recordar el amargo momento.

La revolución siria ha condicionado tanto las vidas de estos niños que incluso cuando las maestras les animan a entonar una canción, siempre son arengas contra Asad o canciones sobre la caída del régimen y la victoria de los rebeldes. "Cuando ocurre esto, les obligamos a dejar de cantar y buscamos otra canción. Nuestro objetivo es tratar de que olviden todo lo que han visto y han vivido", insiste la trabajadora social del centro de Arsal.

Con estás terapias los niños sacan afuera lo que llevan dentro, y muchos han conseguido mejorar. “Son niños que han visto cosas terribles. Pero ahora, muchos de ellos, son capaces de divertirse, de volver a reír y de olvidarse de sus problemas", insiste la educadora. Niñas sirias en LíbanoAunque, reconoce Nur , “necesitarán años y ayuda psicológica para recuperar la normalidad”.

Marwan es uno de estos casos. El pequeño de siete años y su hermano mayor, de 9, vieron morir frente a sus ojos a su padre. El suceso ocurrió 15 días antes de que abandonaran Qusair para refugiarse en el Líbano. Su padre simpatizaba con la revolución popular para derrocar a Asad. En una redada nocturna, las milicias 'shabbiha' (matones del régimen) irrumpieron en la vivienda, la saquearon y después los sacaron al patio y ejecutaron al padre delante de la familia.

“Ninguno sabíamos que le pasaba a Marwan. Es un niño nervioso, de movimientos tensos, que de repente ríe y al momento se pone a llorar”, explica Nur, hasta que un día descubrió la tragedia por la que había pasado el niño. La difícil situación en la que viven los refugiados sirios no ayuda demasiado a olvidar las secuelas de la guerra.

El numero de familias sirias en Arsal se ha ido multiplicando a medida que las fuerzas gubernamentales han aumentado sus operaciones militares en la provincia fronteriza de Homs.

Al principio, los refugiados sirios fueron reubicadas en viviendas compartidas, gracias a la generosidad de sus vecinos libaneses, ya que las autoridades del país se niegan a levantar campos de refugiados. Los continuos bombardeo a la asediada localidad de Quseir han provocado una nueva oleada de refugiados. Alrededor de 150 nuevas familias no han encontrado un techo para dormir, entre otras razones porque es verano y no hay espacio en las viviendas de libaneses porque han llegado familiares de visita por las vacaciones.

Estos refugiados viven en la explanada de una mezquita bajo lonas de plástico, teniendo que soportar las altas temperaturas. “Las autoridades libanesas no nos ayudan. Toda la asistencia que recibimos es gracias a la caridad de nuestros hermanos saudíes”, critica Ibrahim, cuya casa en Quseir fue bombardeada hace unas semanas. Niño sirio en Líbano“Somos 17 de familia, con mi hermano, su mujer y sus cuatro hijos. No tenemos nada, lo hemos perdido todo”, lamenta Ibrahim antes de explicar que, después de que un obus impactara en su vivienda, huyeron a casa de su hermano, que fue bombardeada días después.

Como el resto de refugiados sirios, Ibrahim y sus familia viven de las ayudas internacionales. En las oficinas de Yusur, una ONG local, no cabe ni un alfiler. Cientos de hombres y mujeres, ellas con el 'hiyab' (pañuelo islamista), con bebés en el regazo y niños pequeños, esperan pacientes a su ración de comida semanal.

Los voluntarios no dan abasto. Trabajan en cadena, mientras unos pasan lista para comprobar los nombres, otros repartes las bolsas con suministros que guardan en los almacenes del piso de abajo, por lo que de vez en cuando tienen que bajar y subir escalares cargados con cajas para reponer los lotes. Los refugiados reciben además un vale de 20 euros al mes que pueden canjear por productos básicos como te, café, pañales o leche para bebes en los supermercados de Arsal.

Fátima no tiene más de 30 años pero su aspecto es de una mujer de cuarenta. Esta refugiada de Quseir, a 15 kilómetros de la frontera con Líbano, perdió a su hijo de cuatro años por disparos de francotiradores, y ella resultó herida en un hombro. Cuenta que regresaban de casa de sus padres cuando un hombre armado subido a una azotea disparó contra su vehículo. Una bala le atravesó el hombro y otra impactó en el cuerpo del pequeño. En el coche iban su marido y su otra hija de seis años.

“No pude asistir al entierro de mi hijo. Mi hombro estaba destrozado y sangraba mucho. Mi esposo pidió ayuda y me evacuaron a Trípoli para ser atendida en un hospital. Estuve ingresada 15 días y todavía tengo dificultad para mover el brazo”, dice Fátima. Su marido huyó con su hija a Arsal a casa de unos familiares. La mujer iba a reunirse con su familia después de que le dieron el alta, pero antes de viajar a Arsal tuvo que regresar a su casa en Quseir para recoger algunas pertenencias.

“Al cruzar la frontera para reunirme con mi marido me detuvieron unos oficiales. Y me hicieron preguntas como: ¿Qué vas a hacer en Arsal? ¿Estás pasando armas? ¿Quién te ha operado, los de [Saad] Hariri [el líder suní libanés] o los de Hizbulá?”, explica Fátima. La llevaron a una celda de aislamiento, bajo un sótano en una cárcel secreta. “¿Qué había hecho yo? Recibí un trato inhumano. Estuve 11 días encerrada en una habitación a oscuras; sin saber si era de día o de noche” recuerda con dolor. “Yo apoyaba la revolución, pero he tenido que pagar un precio muy alto. He perdido a mi hijo”, lamenta.

Ahora los tres viven en casa de unos primos libaneses de su marido. Sus familiares son tan pobres que ellos tienen que ayudarles económicamente. “Mi esposo se ha puesto a trabajar en las canteras de piedra por un sueldo más bajo de lo normal para poder pagar el alquiler de 100 euros. Mis familiares son pobres y no pueden mantenernos”, señala Fátima. Y desde el gobierno libanés no puede esperar ayuda.