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Ediciones Oriente y Mediterraneo
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IriarteAranguena
Daniel Iriarte / Blanca Arangüena
[Antakya · Mar 2012]
Turquía reportaje 

Una guerrilla en la sala de espera

Niños refugiados sirios en Hatay
La oleada de refugiados sirios continúa, pero entre los recién llegados hay muchos que desean volver a Siria para combatir contra el régimen de Asad.

“Tómame una foto: si muero, publícala en tu periódico”, dice Nuwar, un refugiado sirio de 22 años. “No estaré en Turquía por mucho tiempo; en cuanto me den un arma volveré a Siria con el Ejército de Liberación”, asegura.

Nuwar esconde su juventud tras una barba rojiza. Era estudiante y escapó hace ocho meses de Siria porque sus vecinos, alawíes como la familia del presidente Bachar Asad, iban a denunciarle. “Entonces tenía miedo”, asegura. “Ahora pienso todo el día en que siguen matando a niños, mujeres y ancianos. ¿Si los jóvenes huimos a Turquía, quién va a defenderlos?”

Su vida en el campo de refugiados de Yayladagi, en la provincia sureña de Hatay, es muy rutinaria. En su tienda, como en las demás, hay un televisor que le ayuda a recibir noticias de casa, pero también a avivar la melancolía de los que saben que su hogar está a apenas cuatro kilómetros.

Los refugiados de Yayladagi pueden salir del campo durante dos horas al día. Lo necesario para buscar tabaco o alguna comida más atractiva que el eterno rancho que entrega la Media Luna Roja turca. Las mujeres y los niños suelen acatar las normas, pero los jóvenes aprovechan el tiempo de permiso para pasar el día fuera. Una tarjeta plastificada con su nombre y una foto les asegura que la policía no les detendrá como inmigrantes sin papeles. Sin embargo, no les permite realizar ninguna actividad económica como alquilar una vivienda o un coche, trabajar o ir a la escuela. El tedio de meses de espera y las noticias que llegan con cada nueva familia de desplazados inflama los ánimos de los jóvenes que solo esperan un arma para volver.

En otras circunstancias, podría decirse que las vistas en Yayladagi son privilegiadas. En los días soleados, que son casi todos, el reflejo en las hojas de los olivos tiñe de verde las colinas que rodean esta localidad de la frontera turco-siria. Niños refugiados sirios en Yayladagi, Hatay"Allí, al oeste, queda Yisr Shugur. Enfrente, Idlib.Al este, siguiendo la carretera, Latakía", explica Ahmet, que vive como refugiado en el campamento a las afueras del pueblo. “De ahí vienen los refugiados aquí… Los de Homs se van a Líbano, y los de Daraa, a Jordania", añade.

Cuenta que escapó de Yisr Shugur en agosto, cuando las cosas se pusieron de verdad feas. Decidió poner a salvo a su familia, y con ellos se fue a las montañas. "En aquel momento era más fácil cruzar, no había tantas minas ni francotiradores", cuenta. Se aprendió tan bien el camino, que ahora vuelve a hacerlo al menos una vez por semana, ayudando a cruzar a otros grupos de civiles que tratan de escapar. Ahmet, naturalmente, no es su verdadero nombre. "Cuando hay un grupo preparado, me llaman".

Pero el paso de frontera es complicado y peligroso. Desde hace meses, el régimen sirio ha puesto todo su empeño en evitar que el goteo constante de refugiados a los países vecinos se convierta en un torrente. "A veces, cuando sorprenden a un grupo, disparan a los pies de la gente", asegura Ahmet. "Yo conozco bien los pasos", dice, haciendo gestos serpenteantes con la mano. "Pero la cosa se ha puesto difícil. Hay muchos soldados desertores que pasaron a Turquía y ahora quieren volver a cruzar, pero no encuentran un camino", cuenta.

Nuwar llevaba meses planteándose cruzar la frontera de vuelta. Asegura que la nueva oleada de refugiados que vive en Turquía le ha ayudado a decidirse. “Llegan 200, 300 por día, aterrorizados, muchos están enfermos o heridos”, explica Mahmud Musrid, que vive junto a otros 3.500 sirios en el mismo campamento. Niños refugiados sirios en Yayladagi, HataySegún la ONU, existen unos 230.000 desplazados por la violencia dentro de Siria. Los de Alepo, Idlib y Latakía se dirigen hacia Turquía como vía de escape, por ser la más cercana. Musrid y su familia huyeron en agosto de Yisr Shughur. “Tardamos tres horas en llegar a pie a la frontera, luego tuvimos que pasar tres días escondidos para poder cruzar”, rememora. Pero la situación es ahora más complicada.

El nuevo peligro al que se enfrentan los que intentan llegar a Turquía son las minas. Según un informe de Human Rights Watch, el Ejército sirio ha reforzado su presencia en la frontera y sembrado los caminos con explosivos. Los testimonios de los habitantes del sector turco de la frontera lo confirman. Adna Amar, granjero, explicaba que ayer mismo una familia consiguió llegar ilesa a Turquía gracias a que enviaron tres mulas por delante. “Dos de ellas volaron por los aires” asegura. Musrid lo corrobora: “Si el Ejército sirio y las minas no se lo impidieran, llegarían 50.000 refugiados en un solo día”.

Turquía está preparada ahora para acoger a unos 45.000 refugiados, para lo cual el Gobierno de Ankara está construyendo nuevos campos en la provincia de Gaziantep, que se sumarían a los ocho que ya existen en Hatay. "Los turcos nos tratan bien aquí en los campos. No son ideales, pero al menos hay comida, y seguridad. Es como seguir en Siria, estamos todo el día pendiente de la actualidad, con las noticias puestas en la televisión", afirma Ahmet. "La única crítica que les hago es que como siguen llegando nuevos refugiados, el Gobierno se olvida de los antiguos", añade.

El conflicto en la vecina Siria está poniendo a Turquía en una situación cada vez más difícil.Las autoridades turcas insisten en que los conflictos que le genera la guerra y la represión en Siria son ya "un problema interno", y que intervendrán para crear una "zona colchón" si el número de refugiados se dispara y llega a afectar a la "seguridad nacional".Niños refugiados sirios en Yayladagi, Hatay

El Gobierno turco mantiene fuertes vínculos con la oposición siria, a la que asesora y le permite operar desde su territorio. Ahora, estos opositores, especialmente los miembros del Consejo Nacional Sirio (CNS), presionan para que Turquía se implique más a fondo en el conflicto. "Estamos pidiendo que se cree inmediatamente una “zona colchón” para proteger a los cientos de miles de desplazados dentro de Siria. Los políticos hablan sobre ello, pero no ha habido pasos concretos", afirma Khaled Khoya, un prominente miembro del CNS.

Otros partidos turcos se muestran muy críticos con la idea, de la que sospechan que viene de fuera. "Hay quien evita comprometerse en Siria e intenta que lo haga Turquía", declaró el domingo Kemal Kiliçdaroglu, líder del opositor Partido Republicano. "Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia parecen decididos a evitar una implicación militar en Siria. ¿Por qué deberíamos meternos allí? Siria es nuestra vecina, nuestra hermana".

En todo caso, dicha iniciativa, que requeriría el envío de tropas a territorio sirio, con todas las consecuencias que ello implica, parece lejos de ser inminente. En primer lugar, el Gobierno ha indicado que buscaría algún tipo de legitimidad internacional para lanzar la operación (por ejemplo, a través de una resolución de Naciones Unidas). Además, se han puesto en marcha planes para alojar hasta a medio millón de refugiados. Lo que da idea de que Turquía se prepara para una larga crisis.

Por el momento, las cifras de refugiados son altas, pero "manejables". En las últimas jornadas, como mínimo, unas 200 personas atraviesan la frontera cada día. Hasta ahora, el número de desplazados sirios en suelo turco se eleva a unos 16.000. Y no parece que el flujo vaya a remitir. "Debe haber unas 2.000 personas en los bosques al otro lado, esperando para cruzar" a través de territorio minado, explica un discreto soldado que desertó hace tres días, y que ahora pretende unirse al Ejército Sirio Libre (ESL), una guerrilla compuesta por desertores.

Y es que hay cola en ambos lados. Según Abdsittar, soldado del Ejército Sirio Libre, hay unas 2.000 personas esperando en Turquía para combatir en Siria. Abdsittar entró a través de las montañas protegido por fuerzas rebeldes. “Es un camino demasiado complicado para las familias, que se tienen que arriesgar a cruzar los caminos minados”, explica. Llegó a suelo turco en busca de armas y provisiones.Vive en el campo destinado a los combatientes sirios donde también se aloja el coronel Riad Asaad, líder del ELS, y siete generales desertores del Ejército sirio. “Necesitamos armas y el apoyo del Consejo de Seguridad Si lo tuviéramos, habría muchas más deserciones entre las tropas del régimen y se unirían a nuestras filas”, asegura.

Actualmente el Ejército Sirio Libre cuenta con unos 25.000 efectivos, asegura, aunque otros miembros dan una cifra de 60.000, de los que casi la mitad habrían abandonado su regimiento en el último mes. Para otros analistas, éstas cifras son exageradas. Refugiadas sirias en HatayAunque el Gobierno turco prohíbe a los insurgentes portar armas en suelo turco, les permite utilizar su territorio como retaguardia. La mayoría de los desertores se halla en el campamento de Apaydin, en el que reside su líder y fundador, el coronel Riad Asaad.

El número de militares sirios que se pasan a los rebeldes se acelera rápidamente: a principios de marzo, lo hicieron más de medio centenar de oficiales, entre ellos seis generales de brigada. "Ahora mismo, el ESL carece de armamento, pero hay más y más sectores del Ejército dispuestos a desertar. Sin embargo, la deserción es una acción muy peligrosa porque no hay zonas seguras a las que puedan dirigirse los desertores. Eso es algo que podría resolver una zona colchón en el norte de Siria", afirma Joya, un desertor. "Además, una zona así defendida militarmente ayudaría a que unidades enteras desertasen de golpe, llevándose armamento pesado y blindados con ellos", asegura.

La moral en el seno del ejército gubernamental es mucho menos firme de lo que aparenta, asegura Hamad, un teniente originario de Yebel Zawiya que desertó hace pocas semanas. "Ahora mismo hay muchos soldados que, ante la imposibilidad de abandonar su unidad, se dedican a ayudar a la insurgencia. Incluso hay alawíes que les venden sus balas a los rebeldes", cuenta.

Pero estos comentarios apenas ocultan la frustración por la falta de ayuda internacional. El teniente Hamad se muestra muy pesimista: "Ya solo esperamos ayuda del cielo", dice, apuntando con el índice hacia las nubes.

Abdsittar desertó hace cinco meses. Estuvo en Deraa, la ciudad donde se inició la revolución y donde ser produjeron las primeras detenciones y matanzas de civiles, pero se niega a hablar de lo que hizo. Y nadie le pregunta. La situación de los rebeldes es demasiado precaria como para indagar en el pasado de sus milicianos. Nuwar es otro ejemplo de que el pasado no cuenta. Nadie se ha cerciorado de si puede usar un arma. Pero no sabe. Asegura que recibirá la instrucción necesaria en uno de los campos de entrenamiento que el ESL tiene al otro lado de la frontera. “Moriré como un mártir si hace falta” asegura. “Me espera el cielo, pero a Bachar Asad le aguarda el infierno. Ahí le está esperando ya su padre”.