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Ediciones Oriente Mediterraneo

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Topper
Ilya U. Topper
Güveççi (Antakya) · Jun 2011]
SIRIA  reportaje 

Asedio a la ciudad fantasma


Votación en Antakya, TurquíaEl ejército sirio puso sitio a la ciudad de Jisr al Shugour pese a que nadie quedaba en ella. Los testimonios de los refugiados en los campamentos improvisados de la frontera permiten reconstruir la escenificación de una guerra.

"El martes, dos familias volvieron a Jisr al Shugour. Eran quince personas e iban en dos coches. Nada más llegar, los militares los pararon y los fusilaron a todos. Uno se pudo escapar”. Sadek, uno de los miles de refugiados acampados en la franja fronteriza siria frente al pueblo turco de Güveççi, está convencido de que nadie puede ya volver.

Sadek desmiente así las palabras que ayer mismo pronunció Hassan Turkmani, el enviado especial de Damasco, reunido en Ankara con el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan: “Los refugiados se quedarán poco tiempo en Turquía, hemos preparado todo para que regresen. Ya están regresando”, prometió Turkmani.

Podrá esperar sentado. Nadie se fía del régimen. “Si cae Bashar Asad, volveremos a nuestras casas. Si no, tendremos que ir a Turquía”, aseguran al unísono. En los cuatro campamentos establecidos por la Media Luna Roja turca en la provincia de Antakya hay ya más de 8.400 refugiados y siguen llegando a razón de centenares al día.

Un número similar prefiere esperar en el lado sirio. Todos dan por hecho que los tanques y helicópteros del régimen sirio no pueden acercarse a menos de tres kilómetros de la linde. Según el diario Hürriyet, el Ministerio de Exteriores turco ha confirmado que Ankara sopesa enviar el ejército para crear una “franja segura” en el norte de Siria.

Apenas dos líneas de alambre de espinos separan los chamizos de la carretera por la que circulan los camiones militares turcos. Hay senderos de contrabandistas que permiten cruzar caminando. Desplazados sirios en la fronteraDecenas de niños y adolescentes sirios los recorren a diario para traer comida desde el lado turco.

El mayor tiene veinte años. El más pequeño, rubio y picarón, no pasa de los diez. Beben refrescos a la sombra de una higuera, fuman como adultos, lanzan bromas a las chicas del pueblo y juguetean con los móviles, esperando llamadas de los compañeros que otean el terreno desde alguna colina. “¿Siguen los soldados ahí? Vale, esperamos un rato más”. Traen mantas ― “nos las entrega la Media Luna Roja”―, bolsas con pan, tomates. Ayuda humanitaria de contrabando.

Miedo no hay ―”los soldados turcos sólo disparan al aire”, aseguran― pero sí cautela. Todos son de pueblos sirios muy cercanos a la frontera y ahora aseguran el suministro a las familias que han acampado al otro lado del linde. De allí traen 'pendrives' con fotos y, grabados en los móviles, vídeos de las atrocidades que se cometen allí, tras las colinas.

Los jóvenes de Güveççi ―casi todos hablan árabe― ayudan a coordinar el tránsito. Pero aunque se ofrecen continuamente para hacer de 'coyote' para periodistas extranjeros, al final parece haber órdenes desde alguna parte de dejar a los extranjeros en tierra. “No vayas” advierte uno. “Hay infiltrados de la policia secreta siria en los campos y disparan a la gente. Es muy peligroso”.

Es mentira. Todo esta tranquilo en el campamento. Para comprobarlo, sin la ayuda de los pequeños contrabandistas, hace falta observar las rutas que toman, salir de madrugada, esperar tumbado en la hierba alta entre las alambradas mientras pasen las patrullas. Hay que reptar entre zarzamoras y salvar los alambres trepando entre la maleza. En el campamento celebran la llegada de la prensa: quieren que el mundo sepa lo que sufren. “¿Se sabe algo de la ONU?” preguntan. “Harán algo para acabar con las masacres?”

Son ya miles de personas que acampan aqui. Centenares de tiendas improvisadas, chamizos, camionetas convertidas en hogares temporales, se dispersan entre los campos. Bajo una lona, un centro de salud rudimentario, cajas de medicamentos y Mohamed, un médico que ejercía en Jisr al Shugour. Es para los casos sencillos. Si alguien se pone grave o llegan heridos de bala, se avisa al ejército turco para que una ambulancia evacúe al paciente a un hospital de Antalya.

Jaulas de oro

Según todos los testimonios, en los campos no falta de nada. Pero son jaulas de oro. Nadie puede salir a la calle y las visitas están muy restringidas. “Nos permiten una visita al día si tenemos familiares directos en el campamento”, informa un turco ante la puerta del campamento de Altinözü, instalado en una antigua fábrica de tabaco, en el que hay internados familiares suyos. Niñas sirias en AltinozuBajo la atenta mirada de la policía puede ofrecer su móvil a un familiar internado para que contacte con sus seres queridos pero “está prohibido poseer un teléfono turco en el campamento”, asegura.

Hay lonas de plástico en las rejas que rodean el recinto para impedir que la prensa pueda comunicarse con los internados. La misma medida se ha tomado en los últimos días en el campo de Yayladagi, en el extremo sur de la provincia, donde en los primeros días aún se podían divisar los niños sirios jugando entre los árboles. Y los obreros están a punto de terminar el mismo trabajo en el campamento de Btetin, que dista apenas unos centenares de metros de la frontera.

Llegar es fácil para los que acampan en la frontera: basta con señalar a las patrullas militares el deseo de ser trasladado y all poco rato aparecerá una furgoneta de la Media Luna Roja. Quien no está a gusto también puede volver, sin necesidad de dar explicaciones.

Aquí, en el lado sirio, la vida es más incómoda pero más libre. Las mujeres cocinan sobre hogueras, acarrean agua de un regato barroso, tienden al sol las alfombras mojadas por la tormenta de anoche. Una camioneta trae agua potable desde algun pozo tierra adentro. Hasta dos o tres kilómetros, todo está tranquilo, dicen, no hay policía siria. Más lejos, la muerte segura.

Corren rumores sobre brutalidades del Ejército que habría aplicado una táctica de tierra quemada en el pueblo de Sermanía en la vecina región de Idlib. “Han disparado al ganado, han matado a vacas, perros, gatos... Cuando la gente se refugió en una colina prendieron fuego a los campos; era morir quemado o bajo las balas”. Otros hacen relatan que alguien ―bien la policía, bien “simpatizantes del régimen de Asad”― envenaron el agua potable de Jisr al Shugour tras la masacre. Con 'lanit', según asegura uno, en referencia a una marca suiza de disolventes. “Eso es cloro”, detalla otro.

Otro rumor difícil de confirmar: que en las unidades que reprimen las manifestaciones hay extranjeros, probablemente iraníes. Un joven asegura que ha visto combatientes armados hasta los dientes patrullar por Jisr al Shugour. “Iban vestidos de negro y eran barbudos, no como los soldados sirios”. Otros dicen saber que van acompañados de traductores porque “no saben árabe”.

La ciudad fantasma

Casi todos los residentes del campamento son de Jisr al Shugour o pueblecitos cercanos. Samir, un refugiado sirio en GüveççiCon sus testimonios se puede reconstruir qué pasó realmente en esta ciudad tras un aparente motín policial a inicios de junio y un misterioso asedio militar que duró una semana, pese a que nadie sabe decir quién defendía el lugar.

No es difícil encontrar a testigos que participaron en la manifestación con la que empezó todo, el viernes 3 de junio. “Fue pacífica”, relatan. “El sábado, la policía mató a un transeúnte con una ráfaga desde el coche. Tras el entierro hubo otra manifestación. Ahí, la policía empezó a disparar a la multitud; mataron a treinta personas. Y entonces, una parte de los agentes se rebeló y empezaron a dispararse mutuamente. Murieron muchos”.

El gobierno sirio habló de 120 agentes de las fuerzas del orden muertas “por un tiroteo con bandas armadas”. Una información extraña, subrayada por el testimonio de los periodistas de agencias invitados por Damasco, que presenciaron como una columna de blindados retrocedió tras recibir disparos de francotiradores.

En realidad hubo un motín, de eso no hay duda, aunque las versiones difieren sobre el cuerpo; según la más probable sólo hubo policías, otros mencionan la presencia del Ejército. Luego se acaban los testimonios: nadie esperó a ver el resultado. Todos huyeron por temor a que las represalias arrasaría con la ciudad. Pero no es cierto ―en eso coinciden todos― que los sublevados se hayan hecho fuertes en Jisr al Shugour. Cinco jóvenes volvieron el jueves 9 de junio para recoger sus pertenencias. “No había ni un alma. Ni soldados, ni vecinos, nadie”, recuerdan.

Un anciano ―todos los entrevistados piden el anonimato― asegura que los policías sublevados huyeron tras el tiroteo. “Ahora deben de andar por el monte. Tal vez conserven armas ligeras, pistolas. Nada con que hacer frente a un tanque. En ningún momento han intentado defender Jisr al Shugour contra el ejército”. Entonces ¿por qué los soldados asediaron la ciudad durante una semana sin entrar?

El anciano no lo duda: “Para que la opinión pública mundial se creyera que realmente existen bandas armadas en Siria. En realidad, tenemos prohibido poseer siquiera fusiles de caza. Pero para el régimen, éstos ―señala a los niños que juegan entre los frutales o en el arroyo ― son salafistas y terroristas”.

Abdelhafiz Abdulrahman, activista sirio kurdo exiliado en Antakya, lo resume: “El régimen ha ido ejecutando a centenares de soldados por negarse a disparar a los manifestantes. Tienen que justificar ante las familias la muerte de sus hijos 'caídos por la patria' en un conflicto en el que no hay enemigo armado”.

Esperando a Angelina Jolie

Campamento de Boynuyogun

“Abajo Hizbulá, abajo Irán / queremos a Erdogan” corearon ayer los refugiados sirios del campamento de Yayladagi, cercano a la frontera, en referencia a quienes respaldan, supuestamente, a Asad. Tenían una audiencia poco habitual: medio centenar de periodistas esperando la llegada de Ahmet Davutoglu, el ministro de Exteriores turco.

Algunos residentes intentaron levantar las lonas que aislan el recinto para comunicarse con la prensa, algo que la policía turca ha impedido de forma estricta desde el primer día, supuestamente para proteger la identidad de de los acogidos y evitar represalias por parte del régimen. Otros desplegaron una pancarta: “El pueblo sirio muere y el mundo observa”.

Turquía informó el 15 de junio de que el número de acogidos en los cuatro centros de la Media Luna Roja ya alcanza los 8.900 personas. Según datos oficiales se han montado 1.200 tiendas con 5.400 camas y 11.600 mantas, aunque el material enviado a la provincia duplica estas cifras.

Davutoglu pasó alrededor de media hora en el campamento de Yayladagi. Pronto le seguirá otra visita ilustre: la actriz Angelina Jolie ha anunciado su intención de visitar a los refugiados sirios. El Ministerio de Exteriores turco ha confirmado el permiso y adelanta que la actriz podría llegar este mismo viernes al campamento de Boynuyogun. Si Naciones Unidas no actúa, tal vez Hollywood se lance a la acción.