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El caos que viene Cuentos Populares Bereberes Defensa Siciliana

Liman
Adrián Mac Liman
[Marzo 2006]
Israel  columna 

El legado de Sharon

Por muy extraño que parezca, el auténtico ganador de las elecciones celebradas esta semana en Israel fue Ariel Sharon, el militar brillante, aunque desobediente, el político inconformista que logró romper los moldes de una sociedad anclada en un bipartidismo obsoleto e imponer su novedoso y ambiguo concepto de 'paz unilateral'. En efecto, para muchos pobladores del Estado judío, el agonizante general se ha convertido en un símbolo, en el político hebreo más influyente que dirigió los destinos de Eretz Israel.

La jornada electoral del 28 de marzo abre la vía a una nueva era; la era de las alianzas coyunturales llamadas a sustituir los partidos políticos tradicionales. No en vano la agrupación creada por el ex líder del Likud, que se alza con la victoria en los comicios, se enorgullece de ser algo más que un simple partido. Kadima es la quintaesencia de los intereses estratégicos de la nación hebrea, una corriente que pretende defender y preservar los múltiples intereses de Israel en la zona.

Kadima es, ante todo, una opción pragmática, en la que las preocupaciones del estamento castrense se entremezclan con los designios hegemónicos de una clase política incapaz de idear una estrategia coherente para imponer el utópico proyecto del Nuevo Oriente Medio, ideado allá por la década de los 80 por el laborista Simon Peres. Un ambicioso proyecto de desarrollo económico regional, liderado por Israel. La plana mayor de Kadima tratará de seguir la política iniciada por Sharon con la retirada unilateral de la Franja de Gaza.

No cabe la menor duda de que la plana mayor de Kadima tratará de seguir la política iniciada por Sharon con la retirada unilateral de la Franja de Gaza. Mas la idea de devolver a los palestinos "la mayor parte" de Cisjordania cuenta con un sinfín de detractores tanto al interior de la 'línea verde' como en el campo palestino. La derecha israelí no quiere oír hablar de nuevas concesiones; los radicales palestinos exigen, por su parte, la devolución de la totalidad de los territorios ocupados en 1967. Una opción ésta que Sharon, al igual que muchos correligionarios suyos, había descartado por completo.

Más aún; el viejo general tenía intención de llevar a la práctica un viejo proyecto —el 'plan Bracha' (estrella, en hebreo)— presentado en 1990 por el Estado Mayor del ejército, que consistía en la cantonalización de una Cisjordania inconexa y, por consiguiente, inviable a la hora de proclamar un Estado palestino. Huelga decir que durante los tres últimos lustros, el propio Sharon esbozó una serie de modificaciones, convirtiendo el proyecto en un elemento 'sine qua non' para la seguridad de Israel.

La nueva coalición de gobierno —se especula con una posible alianza entre Kadima, el Partido laborista y los religiosos del Shas— deberá optar por la aplicación de este plan o por la búsqueda de otras alternativas, más pragmáticas y, probablemente, mejor acogidas por los palestinos. En efecto, parece poco probable que una retirada unilateral (léase redespliegue militar) o la adopción de medidas destinadas a preservar la seguridad de la población israelí, haciendo caso omiso de los intereses palestinos, puedan ofrecer garantías sólidas para la paz y la convivencia intercomunitarias. Y ello, por la sencilla razón de que la paz nunca ha sido ni puede ser… unilateral.

Y si en el llamado frente exterior (eufemismo empleado por los políticos hebreos para designar el conflicto israelo-palestino) el interés se centra en el establecimiento de fronteras definitivas entre el Estado judío y sus vecinos palestinos, en el plano interno destaca la necesidad de hallar soluciones válidas para reactivar la economía, reducir la tasa de desempleo y tratar de colmar las deficiencias del sistema educativo. En resumidas cuentas, hacer hincapié en lo social. En este contexto, conviene señalar que Israel debe fijarse numerosas prioridades.