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El caos que viene Cuentos Populares Bereberes Defensa Siciliana

Liman
Adrián Mac Liman
[Junio 2012]
ZONA  columna 

El dilema de los cristianos

Salieron a la calle juntos —musulmanes y cristianos— reclamando el derrocamiento del tirano, la instauración de la democracia, el respeto de los derechos humanos, de la libertad de expresión y de culto. Se congregaron en la cairota Plaza Tahrir, coreando las mismas consignas. “Somos el mismo pueblo”, gritaban los jóvenes egipcios, persuadidos de que la lucha contra el régimen autoritario era el común denominador del combate que desembocó en la caída del “raís” Hosni Mubarak.

La “primavera árabe” fue el catalizador; el nexo entre dos segmentos de una sociedad dividida. Durante unos meses, los coptos, que representan alrededor del 9% de la población egipcia, se identificaron plenamente con los ideales de sus compatriotas musulmanes, artífices de la llamada “revolución verde”. Durante meses, los coptos se identificaron plenamente
con los ideales de sus compatriotas musulmanes

¿Un solo pueblo? Lo cierto es que durante décadas tanto los políticos como las iglesias occidentales denunciaron las medidas discriminatorias que afectaban a la minoría cristiana. ¿Discriminación religiosa? ¿Discriminación cultural? Lo cierto es que a la hora de la verdad el sistema político egipcio contaba con numerosas válvulas de escape. Aparentemente, el rechazo no procedía del poder político, sino de marginales grupúsculos integristas, que nada tenían que ver con el carácter abierto y tolerante de los habitantes del valle del Nilo. Al Poder le gustaba cuidar las apariencias. Sin embargo…

La victoria de las “revoluciones árabes” y la llegada al poder de Gobiernos de corte islámico en la mayoría de los países del contorno mediterráneo —Túnez, Marruecos, Libia y con toda probabilidad, Egipto— suscita una serie de interrogantes sobre la convivencia de las comunidades cristiana y musulmana. Si bien la población de los países árabes no se ha radicalizado, los nuevos dirigentes políticos, los mal llamados “islamistas moderados”, parecen menos propensos a respetar la diversidad cultural.

Hace unos días, aludiendo a los coptos, un gran rotativo español señalaba ingenuamente que “es el sector que más tiene que perder con la llegada de la democracia”. Cabe preguntarse qué entienden los redactores de dicho periódico por democracia. Decididamente, utilizan criterios que me son ajenos. Europa no parece dispuesta a denunciar el peligro que implica el radicalismo religioso de los nuevos gobernantes

Los países occidentales y, ante todo, las antiguas potencias coloniales del Viejo Continente —Inglaterra y Francia— defensores a ultranza de los derechos de la minoría cristiana de Oriente Medio durante el período de descolonización, no parecen dispuestos a denunciar el peligro que implica el radicalismo religioso de los nuevos gobernantes árabes. Las comunidades cristianas, protegidas por Occidente en épocas en la que apenas se cuestionaba la convivencia, dirigen sus miradas hacia Oeste. Pero los viejos defensores de la Fe pecan por omisión; por “democrática” omisión. Pero, ¿quién habló de democracia?

Siria: Recordando la guerra civil española

La decisión de las Naciones Unidas de suspender sine die las actividades de la misión de observadores destacada a Siria no parece haber sorprendido sobremanera a los analistas políticos que siguen muy de cerca la evolución de los acontecimientos en la zona. Obviamente, ninguna de las partes involucradas en este conflicto que se ha tornado en una auténtica guerra civil tiene interés en facilitar la labor de unos testigos molestos.

Para las autoridades de Damasco, la presencia de los cripto-cascos-azules obstaculiza la cruenta ofensiva del ejército y los grupos paramilitares contra los opositores del régimen; para el autodenominado “ejército libre” de Siria, los enviados de la ONU no dejan de ser un estorbo.

Ambos bandos se acusan mutuamente de haber cometido atrocidades; ambos prefieren seguir actuando (matando, mejor dicho) lejos de las miradas “indiscretas” de una opinión pública internacional incapaz de comprender la complejidad de este conflicto interno, de este dramático enfrentamiento que divide a los sirios. La discriminación soterrada del laico Baaz resultaba más “tolerante” que la de las monarquías absolutistas

¿Conflicto étnico? ¿Conflicto religioso? ¿Conflicto ideológico? La verdad es que la tragedia del país de los antiguos omeyas tiene diferentes lecturas. Es cierto que la minoría alawí, que representa un escaso 15 por ciento de la población, controla los destinos de Siria desde hace más de 30 años. Los musulmanes suníes se sienten discriminados. ¿Y los kurdos, los drusos y los chiíes, etnias minoritarias? ¿O los cristianos, acostumbrados desde hace décadas a la política del “palo y la zanahoria” de los gobernantes árabes?

Muchos estiman que la discriminación soterrada, llevada a cabo por el régimen laico instaurado por el Partido Baaz, resultaba hasta cierto punto más “tolerante” que la estricta normativa jurídica de las monarquías absolutistas de la región.

Sabido es que la confrontación entre alawíes y suníes desembocó, ya en 1982, en la masacre de Hama. En aquél entonces, el ejército sirio, bajo las órdenes de Hafez Asad, padre del actual presidente, llevó a cabo una operación de castigo en la que perecieron más de 20.000 personas. Nada nuevo, pues, bajo el sol.

¿Nada nuevo? Hoy en día, los enfrentamientos interconfesionales están fomentados por saudíes y qataríes, guardianes de la “recta vía” del islam suní, aunque también por agrupaciones político-religiosas afines a los Hermanos Musulmanes, que suministran a través de Turquía, armamento el “ejército libre”.

Los valedores del bando gubernamental son, por muy extraño que ello parezca, los ayatolás iraníes y los cabecillas del movimiento radical islámico libanés Hezbolá, quienes encuentran en el régimen “laico” un inesperado compañero de camino. Por otra parte, las fuerzas armadas de Asad están pertrechadas con aviones y helicópteros rusos, con tanques fabricados en Rumanía, antiguo miembro del Pacto de Varsovia, con instrumentos de vigilancia electrónica provenientes de países occidentales. Hoy, los enfrentamientos interconfesionales en Siria están fomentados por
saudíes y qataríes

Obviamente, religión e ideología se dan la mano, convirtiendo la tragedia humana en un conflicto que recuerda extrañamente la guerra civil española (1936-1939). Mientras en España los dos bandos —derecha e izquierda— contaban con los apoyos de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini, por un lado y la ayuda de la URSS y los movimientos comunista y socialista europeos por el otro, en el teatro de guerra sirio se enfrentan dos opciones totalitarias: los islamismos chií y suní, que cuentan con aliados o, mejor dicho, “padrinos” en Moscú, Pekín, Riad y… ¡Washington!

La postura de Rusia y China se resume en un noble concepto jurídico: el derecho de los pueblos de decidir de su suerte. La de la Administración Obama y de los países occidentales, en la necesidad de defender los derechos humanos de los sirios.

Pero qué duda cabe que en ambos casos la demagogia se suma al cinismo. ¡Basta de tantas consideraciones filosóficas! En la guerra civil siria, al igual que en la española, la autentica víctima es… el pueblo.