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Ediciones Oriente y Mediterraneo

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Bonet
Ethel Bonet
[Beirut · Oct 2012]
LÍBANO reportaje 

Los fantasmas del pasado regresan a Líbano


Pisadas de Hariri, BeirutEl asesinato del general libanés Wissam Hassan, jefe de los servicios secretos, ha vuelto a disparar los temores a una nueva guerra civil en el siempre dividido país de los cedros.

En estos tiempos revueltos, de rumores de guerra civil, las alarmas están preparadas para saltar en el Líbano. La espesa nube negra que se formó tras la explosión del coche bomba que acabó con la vida del jefe de los servicios secretos, el general Wissam Hassan, y otras 9 personas, dejó suspendidas en el aire las partículas de la violencia sectaria.

En los días que sucedieron al trágico atentado del 21 de octubre en el cosmopolita barrio cristiano de Ashrafiyeh, se produjeron enfrentamientos armados entre suníes —la comunidad religiosa a la que pertenecía Wissam— y chiíes —dominados por la milicia libanesa Hizbulá— en diferentes partes del país. A muchos les hizo revivir los tiempos de la larga y cruenta guerra civil libanesa (1975-1989). Aunque no hace falta remontarse a 20 años atrás…

Desde el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri, el 14 de febrero de 2005, el país de los cedros no ha dejado de desangrarse. Una cadena de atentados contra personalidades políticas antisirias ha socavado los frágiles cimientos que sostenían el país después del conflicto sectario que finalizó a principios de los noventa. Y los actores son siempre los mismos: el propio Wissam estuvo bajo sospecha de haber estado involucrado en el atentado contra Hariri, dado que fue su jefe de seguridad y se ausentó este día del convoy, pero la familia Hariri despejó las dudas sobre su lealtad.

Aouni Tamer, un cristiano de 91 años, sintió en sus entrañas el atentado contra el general Wissam.Aouni Tamer, Beirut Su vivienda recibió el impacto de la explosión del coche bomba y los cristales de las ventanas se rompieron a pedazos. Parte de las paredes de la vivienda se derrumbaron. Tamer y su esposa, de 80 años, tuvieron que ingresar en el hospital por heridas leves en su cuerpo, y profundas en su corazón.

“Nuestra casa fue bombardeada durante la guerra por la aviación siria en varias ocasiones. Y ahora hemos sido víctimas colaterales del atentado. Pero no puedo decir que la situación sea parecida. Durante la guerra estábamos atentos y sabíamos cuando llegarían los bombardeos y nos daba tiempo a bajar al refugio (en el sótano). Ahora nos ha cogido de improviso y gracias a Dios, no ha muerto nadie”, explica Tamer. Muestra los escombros y restos de metralla que están apilados en el jardín de la vivienda como pruebas de una investigación policial.

Tamer no empuñó un arma durante la guerra civil. “Los que tomaron las armas fueron los lideres políticos de las distintas facciones libanesas, sus acólitos y aquellos que por su condición de clase marginal aprovecharon la guerra para ganar influencia y amasar su fortuna”, insiste Tamer. “Nunca le preguntes a un nuevo rico cómo consiguió su primer millón”, añade con ironía.

Tamer se refiere a los chiíes que durante los primeros años del conflicto civil eran el grupo más pobre y marginado. Incluso los dirigentes de esta comunidad dependían política y económicamente de los católicos maronitas, la principal confesión cristiana, y de los musulmanes suníes.

En el caos de la guerra libanesa emergieron poderosos movimientos en esta descontenta comunidad - Amal y Hizbulá - que reivindicaron un papel más central. Tras algunas luchas fratricidas, la más religiosa Hizbulá se impuso a Amal y se convirtió en líder no sólo de la población chií sino incluso en el actor político más fuerte de Líbano.

Lo más triste que recuerda de la guerra este cristiano nonagenario fue ver como amigos, familiares y vecinos abandonaban el país. “Pese a las dificultades y el horror de la guerra, mii familia siempre ha permanecido unida en el Líbano. Para nosotros, ganar la guerra ha sido permanecer aquí y no marcharnos del país”, sentencia Tamer, que ha decidido restaurar su vivienda destrozada por la explosión.

Bassam Lahoud, BeirutSe estima que el número de libaneses y su descendientes que viven en otros países —desde Europa a Brasil— triplica fácilmente los 4 millones que viven en el diminuto país árabe. Aún hoy se pueden apreciar decenas de edificios desalojados y en ruinas, junto a la Línea Verde, que separó el este y oeste de Beirut en la guerra. Se han convertido en monumentos de la memoria histórica.

Bassam Lahoud, profesor de la Universidad Libanesa Americana (LAU) ha visto como la vivienda de sus antepasados ha acabado en ruinas. “Nuestra primera casa estaba situada en la línea verde y siempre recibíamos el impacto de una bala perdida o un obús. Hasta 12 veces, mi abuelo tuvo que arreglar el tejado o alguna ventana por los disparos o los bombardeos”, recuerda Lahoud.

Precisa que la guerra civil comenzó en 1973, cuando fue ametrallado un autobús con pasajeros palestinos en el barrio cristiano de Ain Remaneh en Beirut. El autobús fue atacado por milicianos cristianos que asesinaron a sus veintiséis ocupantes en represalia por la muerte de un guardaespaldas del jefe político Pierre Gemayel, fundador del partido Kataeb, la Falange Libanesa.

“Aquella masacre fue el detonante de la primera guerra civil entre musulmanes suníes y cristianos. Todo estaba preparado para que aquel incidente encendiera la llama de la violencia sectaria”, sostiene Lahoud. Considera que el atentado contra el general Wissam Hassan “también fue premeditado para crear más inestabilidad y llevar al Líbano a la guerra en Siria”.

Con sólo 16 años, Joseph Khalife tomó un arma. “En 1982 decidí unirme a las Fuerzas Libanesas porque nuestra obligación era defendernos”, explica Khalife. El grupo paramilitar que escogió había sido fundado por el hijo de Pierre, Bachir Gemayel, antes de que fuera asesinado en 1982.

“Las Fuerzas Libanesas luchábamos por la autodefensa de los cristianos, para defendernos de las tropas sirias invasoras”, asegura Khalife. Confiesa que ha matado: “En la guerra no tienes otra opción que matar o morir”.

Pero ahora, tras su exilio de 16 años que comenzó en 1991, después de que su milicia fuera prohibida y sus actividades perseguidas por los servicios secretos sirios, Khalife regresó al Líbano con la idea de que las armas solo conducen a la violencia. Dana Jaber, Beirut“No hablo sólo de mi; hablo en representación de todos los libaneses que hemos vivido la guerra civil: debemos permanecer unidos para ser una nación y sólo así podremos ser fuertes ante la injerencia exterior, que ha sido la causa de todas las guerras en Líbano”, puntualiza este excombatiente de la Fuerzas Libanesas.

“Wissam Hassan está muerto, ha pasado a una vida mejor. Y así es como tiene que quedar. Nadie está interesado en remover las heridas del pasado”, sostiene Khalife. Desea que la muerte del exjefe de los servicios secretos libaneses no sirva de pretexto para encender las ascuas de la violencia sectaria.

Dana Jaber, libanesa chií de 33 años, piensa de un modo diferente: “Ahora estamos más divididos que nunca”, cree. Dana pertenece a esa generación de libaneses que creció bajo las bombas, la violencia y el odio engendrado durante quince años de guerra civil, y le duele rememorar aquellos años.

“Mi hermana y yo nos escondíamos en el armario para no escuchar el estallido de las bombas”, recuerda. Explica que tuvieron que cambiar cinco veces de domicilio: “Primero nos fuimos a vivir a las montañas en Aley, pero nuestra casa fue destruida durante los bombardeos en 1985. ¡Lo perdimos todo! Entonces, nos fuimos a Beirut y cambiamos varias veces de casa hasta instalarnos definitivamente en el barrio Zkak Blat”, cerca de la torre Mur, el principal rascacielos de Beirut oeste y cuartel general del grupo chií Amal durante la guerra.

Y aunque Jaber intente borrar sus recuerdos, la situación actual la traslada al pasado. “La gente está harta de vivir asustada. Nunca sabes cuándo habrá una guerra, una bomba o un atentado. Como madre que seré algún día, quiero que mis hijos crezcan en un ambiente de paz y estabilidad”.

Morir en Líbano

Dana Jaber, Beirut

Ya lo dijo Robert Fisk: "Preparar los asesinatos de un presidente, un primer ministro, tarda meses. Dinero. Traiciones. Gente en la que confías o no confías. Y más dinero. Y aún más dinero". Los asesinatos de envergadura en Líbano casi siempre se preparan con máxima profesionalidad y muchos, muchos kilos de explosivos.

El más famoso fue el de Rafik Hariri, primer ministro recién dimitido, pero no fue ni el primero ni el último. Desde la invasión siria de 1990, la mayor parte de las muertes se han achacado a los servicios secretos de Damasco y la mayor parte de la sociedad libanesa está segura de que sí, que a Hariri lo mató Siria. Otros creen que a todos los demás sí, pero que Hariri fue presa de una conspiración mayor.

Pero la retirada de las tropas sirias en mayo de 2005, desencadenada por las protestas tras la muerte de Hariri en febrero de ese año no puso fin a los asesinatos. En junio murió, por una bomba adosada a su coche, el periodista Samir Kassir, audaz crítico de las políticas sirias, y semanas más tarde, por el mismo método, su aliado George Hawi, un político izquierdista y excomunista, mientras que en julio, el político cristiano y exministro de Defensa Elias Murr fue herido por una bomba. En septiembre, un explosivo colocado en su coche le arrancó un brazo y una pierna a la famosa periodista y presentadora de televisión May Chidia. En diciembre, el periodista, diputado y editor Gebran Tueni murió al explotar un coche bomba a su paso.

En noviembre de 2006, Pierre Amine Gemayel, ministro de Industria, hijo del expresidente Amine, nieto de Pierre y sobrino de Bachir Gemayel, fue asesinado a tiros. En septiembre de 2007, un coche bomba mató a Antoine Ghanem, diputado del partido cristiano Kataeb. Otro acabó en diciembre del mismo año con el general François al Hajj. Wissam Hassan es sólo una muesca más en una culata que ya lleva muchas marcas. Y nadie sabe quién será el siguiente. Ilya U. Topper