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Iriarte
Daniel Iriarte
[Enero 2011]
Egipto  columna 

Por qué odio a Mubarak

En Egipto, al parecer, se está formando ya un gobierno de unidad paralelo entre los Hermanos Musulmanes, Mohamed ElBaradei y otras figuras de la oposición, para cuando caiga Mubarak. Es el fin del dictador: la existencia de esta alternativa hará que muchos elementos del aparato represor se lo piensen dos veces antes de actuar contra el pueblo, porque saben que, de perder, serán juzgados por sus actos.

Las horas de Mubarak están contadas, y desde el otro lado del Mediterráneo contenemos la respiración, con el champán puesto a enfriar. Normalmente un periodista debe intentar mantenerse distante de los hechos para hacer bien su trabajo. Pero los periodistas también sentimos. Para seguir considerándome un profesional correcto, lo honesto, lo justo, es explicar cuáles son esos sentimientos. Por qué odio a Mubarak. Las horas de Mubarak están contadas, y desde el otro lado del Mediterráneo contenemos la respiración

Cuando vivía en El Cairo, el hombre que guardaba la escalera de mi casa vivía con un salario de 7 euros al mes, con los que mantenía a una esposa y tres hijos. Por no tener, no tenían ni casa: vivían sobre una alfombra debajo de la escalera, en la que comían, dormían y, supongo, hacían el amor. Apenas habían colocado una cortina colgando de una cuerda de tender, para crear un mínimo espacio de intimidad en el que cambiarse. No eran los únicos: un cuarto de la población del país (unos veinte millones de personas) viven en la extrema pobreza.

Pero Egipto es un país con algunos recursos: tiene algo de gas y petróleo, agricultura, las tasas a los barcos que cruzan el Canal de Suez. En la periferia de El Cairo abundan las mansiones de lujo. Y demasiados peatones han muerto atropellados por coches cuya cilindrada supera las posibilidades del magro asfalto egipcio. Pasar de los barrios de Heliópolis o Zamalek al de Dar-El Salaam, donde, literalmente, si uno nace allí, allí se muere, es una experiencia dolorosa. A menos que uno sea ciego al sufrimiento humano.

Odio a Mubarak porque he visto a demasiados niños egipcios quedándose ciegos por no poder pagar un hospital

El régimen de Mubarak lo es.

Como apunta el escritor Alaa El Aswani, autor de esa demoledora radiografía de la sociedad egipcia que es “El edificio Yacoubian”, un gobierno puede ser tal vez tiránico pero aportar prosperidad, o puede haber un régimen de libertades aunque se pasen penurias económicas, pero el de Mubarak no es ni una cosa ni la otra: es una dictadura brutal en la que la riqueza del país se la reparten, literalmente, cuatro familias.

Por eso, la imagen de los manifestantes enfrentándose a la policía —que durante años ha utilizado la tortura como la forma rutinaria de tratar a los detenidos, a los que, como práctica habitual, se sodomizaba con palos de escoba—, la visión de los blindados en llamas, pero, sobre todo, de un pueblo que ha perdido el miedo, son tan emocionantes. Un pueblo que, ante el caos y la ausencia de estado, se ha organizado para proteger sus barrios, para limpiar las calles, incluso para dirigir el tráfico. Están diciendo, ¿no es obvio?, mejor solos que con Mubarak. A cualquier precio.

Odio a Mubarak porque he visto a demasiados niños egipcios quedándose ciegos porque su familia no tenía forma de pagar un hospital que hace tan sólo unos años era gratuito. Odio a Mubarak porque ha conseguido que más de la mitad del país no sepa leer ni escribir. Odio a Mubarak porque, por su culpa, un movimiento islamista marginal se ha convertido en fuerza políticaOdio a Mubarak porque, por su culpa, un movimiento islamista marginal y desestructurado se ha convertido en la fuerza política más influyente del país. Odio a Mubarak porque ha logrado que el pueblo egipcio, encantador y alegre, se pase el día mirando al suelo, asustado de levantar la cabeza.

Hasta ayer.

Ahora, aquellos que han mantenido a Mubarak en el poder durante años lloriquean, haciéndonos creer que lo que venga será peor. Y dan ganas de gritar: ¡mentira! Peor, tal vez, para unos pocos, que quieren un perro guardián que proteja la finca. Peor, tal vez, para los que se benefician del conflicto. Peor, tal vez, para los que sientan cátedra asegurando que los árabes están genéticamente incapacitados para la democracia. Pero nunca será peor para el pueblo egipcio. Vendrá otro, tal vez. Pero no será Mubarak.


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