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Ediciones Oriente Mediterraneo

El caos que viene Cuentos Populares Bereberes Defensa Siciliana

Zineb El Rhazoui
Zineb El Rhazoui
[May 2012]
MARRUECOS  columna 

...y verde (islamista) por dentro

Quienes abogan por la modernidad en Marruecos se preocupan, y mucho. Casi podemos oír ya gritos de “No toques mi tele”, calcados de aquellos de “No toques mi país”, la campaña lanzada después de los atentados terroristas del 16 de mayo de 2003 en Casablanca.

Este eslogan, dirigido inicialmente a los kamikazes en potencia, lo desempolvaron de nuevo en 2011 para colocarlo en las vallas publicitarias de las grandes ciudades. Desde ahí, la frase insistía a los instigadores de la primavera democrática árabe y amazigh que abandonaran, que volvieran a casa y, sobre todo, que no se metieran más en los asuntos del país (que también es suyo). Casi podemos oír ya gritos de “No toques mi tele”, calcados de la campaña “No toques mi país” contra los kamikaze

En su columna de opinión titulada “Hacia pantallas 'verdes' en Marruecos”, Amina Bouayach, antigua presidenta de la Organización Marroquí de Derechos Humanos (OMDH) se preocupa, con razón, al observar cómo la televisión nacional se está convirtiendo en herramienta de predicación. Y recurre al argumento de la reforma constitucional llevada a cabo por Mohammed VI hace un año, para denunciar las nuevas directrices audiovisuales propuestas por el Partido Justicia y Desarrollo (PJD).

¿Los jóvenes quieren democracia? Nadie puede descalificarla públicamente, menos aún el régimen marroquí, abierto, tolerante y moderado. Pero ¿por qué demonios siguen manifestándose, cuando el rey, diligente como siempre, se ha ocupado de todo? El 9 de marzo de 2011, tan solo 17 días después de la primera gran manifestación del 20 de febrero (2011 era un año bisiesto), el monarca pronunció un discurso que anunciaba una reforma constitucional que la oposición llevaba pidiendo desde hace tantos años que ya ni creía que iba a llegar.

La Constitución tiene por lo menos un punto en común con el Corán: se puede interpretar de diversas maneras En un plazo récord, el soberano “nos entendió” y ordenó una reforma que podría haber tenido por credo la economía. Economía de tiempo, porque la Constitución se elaboró en tres meses, justo lo que hace falta para redactar sus 180 artículos, luego se sometió a un debate nacional relámpago de diez días, por lo visto suficientes para que la comprendiera el pueblo, que la aprobó en referéndum con un 98,6% de los votos. Economía de medios, también, ya que la Comisión Consultativa para la Revisión de la Constitución (CCRC), encargada de redactar el texto que va a regir la vida de 34 millones de ciudadanos se componía de sólo 19 personas, entre las que figura Amina Bouayach.

Según la citada columna, la voluntad de “halalizar” [convertir en religiosamente lícitos] los programas, hundiendo todo aquello que no sea árabe y musulmán “refleja cierta reticencia por parte del Gobierno en cuanto a las nuevas disposiciones constitucionales que definen la identidad plural y garantizan los derechos y las libertades de los individuos y el lugar que ocupan las lenguas en la sociedad”.

Si bien los integristas sólo reconocen como Constitución suprema el Corán, la Constitución otorgada —como la llaman los demócratas marroquíes—, tiene por lo menos un punto en común con el libro sagrado: se puede interpretar de diversas maneras. Efectivamente, Amina Bouayach pide una “aclaración necesaria del marco de las reformas emprendidas recientemente”, cuando dicho texto constitucional estipula claramente en su artículo 3 que el islam es la religión de Estado, y en su primer artículo que “la nación se apoya en su vida colectiva en constantes federadoras, en este caso la religión musulmana”. ¿Cómo evitar la confusión, cuando el propio partido de Benkirane, el PJD, se define como islamista moderado?

¡La moderada! dirá la antigua presidenta de la OMDH, a la que yo invito a desarrollar la noción, ya que en ninguna parte de la Constitución a la que ella contribuyó, se precisa la diferencia entre un islam “moderado” y aquel por el que aboga, por ejemplo, el PJD. ¿Cómo evitar la confusión, cuando el propio partido de Benkirane se define como islamista moderado? ¿El islamismo puede ser moderado? No, contestará probablemente Amina Bouayach, pero la religión musulmana, sí, tal y como dispone la Constitución, que la convierte incluso en el cemento de la identidad y el fundamento de poder, es decir la garantía de la cohesión social y política de Marruecos. Veamos.

Si se admite como definición que el islamismo es una ideología según la que la religión musulmana debería regir las asuntos de la sociedad, la Constitución es la primera en defenderlo: estipula que el islam es inherente al ejercicio del poder, ya que la soberanía no emana del pueblo, sino del rey, en su función de Comendador de los creyentes, tal y como precisa el artículo 41.

Así, aquel al que Hassan II se complacía en calificar de “primer obrero del reino” es también su primer islamista, ya que es el primero en introducir la sacralidad religiosa en los asuntos políticos. El fundamento religioso del poder marroquí y el indudable referente de la Constitución deberían bastar para derrocar el argumento desgastado que defiende Amina Bouayach y según el cual el régimen marroquí sería un baluarte contra el integrismo.

Cuando yo era niña, la TV pública abría y cerraba sus programas sistemáticamente con la lectura del Corán En el fondo, la cuestión que ella trata no es tanto si es pertinente islamizar los programas, que en gran parte ya están islamizados, sino la de saber hasta donde puede llegar este proceso. Viniendo de una persona que aparentemente no ve nada malo en la referencia islamista, siempre y cuando sea el rey el que se sirva de ella, esta cuestión traduce el miedo de ver un partido político, y encima uno plebeyo, apoderarse de un coto privado de la realeza: el ámbito religioso.

Cuando yo era niña, años antes de la creación del PJD en 1998, la inenarrable televisión TVM, que se convirtió en Al-Aoula (la Primera) en 2005, y que sólo emitía durante unas horas al día, abría y cerraba sistemáticamente sus programas con la lectura del Corán. Los aficionados al cine egipcio debían esperar horas antes de poder ver la película del viernes por la noche: hasta el final del programa “Rokn al-Mufti”, donde un venerable exegeta aportaba respuestas canónicas a cuestiones tan diversas como “¿Utilizar esmalte de uñas es pecado?” o bien “¿Podemos rezar sentados si nos duele la espalda o las articulaciones?”. Sin hablar del beso final, sistemáticamente censurado en cuanto los héroes se pasaban de la distancia reglamentaria de 10 centímetros, vaya insinuación.

En la escuela, la primera cosa que aprendía una niña de seis años como yo era la 'fátiha', la primera sura del Corán. La maestra nos explicaba que “los que sufren la ira de Dios” serían los judíos y los cristianos. Aclaro que no se trataba de ninguna manera de una iniciativa personal de la maestra, sino del plan de estudios impuesto por el Ministerio de la Educación nacional.

Durante años, sentí una pena profunda por mi padre, aficionado a los buenos vinos, porque aprendía en la escuela y en la tele que la gente como él se asarían en las llamas del infierno. Según dicen, los manuales escolares contienen todavía este tipo de lecciones, que el Estado, obviamente, considera necesarias para la formación de la juventud marroquí.

Unos años más tarde, en 2009, cuando organicé junto a Ibtissame Lachgar un picnic durante el ramadán para pedir la abrogación del artículo 222 del código penal marroquí, que prevé penas de cárcel para cualquier persona que coma o beba (agua) en público durante el mes sagrado —artículo todavía en vigor incluso en las nuevas leyes—, no desencadené un motín de barbudos agitando sables debajo de mi casa, sino la llegada de furgones de la policía nacional.

Cuando organicé un picnic en ramadán, no desencadené un motín de barbudos sino la llegada de la policía Además, únicamente el Consejo de Ulemas de Mohammedia, miembro del Consejo Superior de Ulemas —éste presidido por el rey, acorde al artículo 41 de la Constitución— emitió un comunicado que cumplía el papel de fetua, calificando nuestro acto de “odioso” y de “un desafío a la enseñanza de Dios y del profeta, que merece una sanción ejemplar”.

La reacción del PJD se limitó entonces a una declaración de Mustapha Ramid, hoy ministro de Justicia y Libertades, que había denunciado el evento como un acto que “abre de par en par la puerta al debate sobre la discusión de disponer del propio cuerpo y, así, sobre la despenalización de la pederastia (sic). A este ritmo, ¡mañana querrán salir desnudas a la calle!” Es más vulgar, sí, pero concordaba al fin y al cabo con las posiciones del islam oficial al que representa Mohamed VI.

No es más que una cuestión de estilo, pero el PJD, aliado de hecho del fundamento teocrático de la monarquía, defiende el mismo referente que la Constitución impone en su preámbulo, con un contrasentido notorio:

Estado musulmán soberano, arraigado en su unidad nacional y su integridad territorial, el Reino de Marruecos pretende preservar, en su plenitud y su diversidad, su identidad nacional única e indivisible”

Después de una breve mención de los “afluentes africano, andaluz, hebraico y mediterráneo” que “han nutrido y enriquecido” la identidad nacional “única e indivisible”, el mismo texto subraya más adelante la “preeminencia otorgada a la religión musulmana”, así como la voluntad “de profundizar en el sentido de pertenencia a la 'umma' (comunidad) árabe y musulmana”. No será el PJD, ni tampoco sus compinches, más a la derecha aún en el tablero político, quienes dirán lo contrario. Gran parte de la Constitución pretende valer para toda la eternidad; otro punto en común con el Libro sagrado

En su apología de las reformas llevadas a cabo por el Palacio, Amina Bouayach reconoce, a pesar de todo, que se pueden perfecccionar. Sin embargo, si leemos el texto constitucional, se presenta como siendo la perfección personificada, visto el artículo 175. Este artículo bloquea todo intento de secularización, y por lo tanto de la modernización de las instituciones, al estipular que “no se podrá efectuar ninguna revisión (constitucional) en las disposiciones relativas a la religión musulmana y a la forma monárquica del Estado”.

Así pues, si cualquier Constitución se puede perfeccionar por definición, gran parte de la que redactaron Amina Bouayach y el equipo de la Comisión parece valer para toda la eternidad. Otro punto en común con el Libro sagrado.

Al leer la columna de Amina Bouayach, uno creería que la pluralidad y la modernidad saltan a la vista en la nueva Constitución. Podríamos deducir también, si desconocemos la evolución de los medios de comunicación en Marruecos, que sin los intentos del PJD de instrumentalizar la televisión, ésta sería un remanso de diversidad y un vector de modernidad consumada, y eso dentro del marco de una visión iluminada de los poderes públicos desde la era de Hassan II. Su argumento es “la decisión de abrir los medios de comunicación a las diferentes corrientes de pensamiento presentes en Marruecos, tomada en 1993 en un seminario nacional”.

Omite un detalle importante: esta iniciativa la había dirigido Driss Basri, ministro todopoderoso del Interior y de la Información del monarca difunto (ocupó la primera cartera de 1979 a 1999 y la segunda de 1985 a 1995, año en el que el Ministerio de la Información se convirtió en Ministerio de la Comunicación). Basri, el hombre fuerte del régimen, era conocido por su hostilidad a toda “corriente de pensamiento” diferente de las tesis oficiales del Estado.

La antigua presidenta de la OMDH menciona después “una segunda oleada que vio la liberalización de los medios de comunicación al final del mandato del gobierno de Abderrahmane Youssoufi en 2002”. Amina Bouayach era precisamente responsable de la comunicación y las relaciones con la prensa en el gabinete del primer ministro socialista en diciembre de 2002, cuando éste prohibía la publicación de tres periódicos independientes (Le Journal, Assahifa y Demain) por “ataques a la estabilidad del Estado” y “ataques contra los fundamentos institucionales sagrados del país”.

El Gobierno socialista de 2002 no solo no tenía la intención de acabar con la censura, sino que fue cómplice activo Es decir, Bouayach ocupaba una posición privilegiada para entender que el tan idealizado Gobierno de la Alternancia no solo no tenía la intención de acabar con la censura, sino que fue cómplice activo a la hora de mantenerla. Amina Bouayach cita por fin la liberalización de la radio y “un debate nacional relativo a los medios de comunicación y la sociedad, especialmente tenso, que tuvo lugar en el Parlamento en 2010”.

La primera iniciativa, digna de elogio, hay que admitirlo, dio luz a cadenas de radio privadas, de entretenimiento en la mayoría de los casos, que aportaron más variedad sin atreverse a ampliar el espacio acotado por las “líneas rojas” que limitan la libertad de expresión en el país. La segunda iniciativa, dirigida por el mismo equipo que Driss Basri había designado para el diálogo nacional sobre los medios de comunicación en 1993, tuvo lugar en un clima especialmente tenso entre la prensa y el poder.

Efectivamente, mientras unos “especialistas” reconocidos por las autoridades conducían esos debates en el Parlamento, los equipos policiales convocaban a decenas de periodistas en las comisarías y cerraban redacciones de periódicos.

El islamismo es una amenaza a la modernidad, pero es sobre todo la consecuencia lógica del régimen Los años 2009 y 2010 vieron la censura de semanarios tales como Telquel y Nichane por haber publicado un sondeo (favorable) sobre la popularidad de Mohammed VI, el cierre del diario Al Jarida Al Oula, la clausura definitiva del Journal Hebdomadaire y de Nichane, la sentencica contra el periodista Driss Chahtane, director del semanario Al Michaal, condenado a un año de cárcel por haber hurgado demasiado en los asuntos de la familia real, y acciones judiciales contra 13 periodistas por haber explicado a sus lectores lo que significa una “infección de rotavirus”, enfermedad que padeció el rey.

No, la democracia no ha retrocedido, porque nunca ha existido. Y el islamismo, es verdad, es una amenaza a la modernidad, pero es sobre todo la consecuencia lógica del régimen. Las veleidades islamizadoras del PJD solo pueden concretarse —como ya es el caso— si el marco constitucional coloca el referente religioso a la cabeza de las instituciones del país. No, la modernidad no es hablar francés, ni difundir en la tele los resultados del Gordo, cuando el gobierno islamista desea limitar la influencia de la lengua de Molière y prohibir la publicidad de los juegos de azar en las pantallas.

La modernidad es cuando la ley sirve para respaldar un proyecto de democratización coherente. La democracia no consiste en sustituir la elección del pueblo por una pretendida sacralidad genealógica de un monarca y al mismo tiempo esconder la esencia totalitaria del poder tras una modernidad de apariencia.

Tengo claro que debe de ser un rompecabezas redactar una Constitución a medida para un poder arcaico, nacido hace cuatro siglos y fundamentado en el derecho divino, y al mismo tiempo intentar darle un aspecto acorde al siglo XXI. Pero luego no hay que sorprenderse de que las voces de los laicos, los progresistas y antirreligiosos no se oigan, ya que son anticonstitucionales. En esta situación, el régimen sólo tiene una opción para erigirse en baluarte contra el islamismo y es mediante la represión. Algo que sabe hacer muy bien. Amina Bouayach, como militante de los derechos humanos que es, no puede ignorarlo.