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Aranzadi
Unai Aranzadi
[Argel · Ene 2008]
Argelia  reportaje 

Los tentáculos de Al Qaeda


Mezquita Kauthar en Blida Argelia se ha convertido en el feudo de los islamistas radicales magrebíes, simpatizantes de la lucha armada, aunque los supuestos.

No habrá rally. Por primera vez en 30 años, la carrera de coches más famosa del mundo ha sido suspendida. El motivo: el asesinato de cuatro turistas franceses, ocurrido el 24 de diciembre en Mauritania, y la muerte de tres soldados, el 27, en el noreste del país. Aunque las primeras informaciones describían el asesinato de los franceses como un robo, el Gobierno mauritano pronto aventuró conexiones con Al Qaeda.

¿Llegan hasta la costa atlántica los tentáculos de Al Qaeda en el Magreb, esa nebulosa organización argelina fundada como Grupo Salafista de Predicación y Combate (GSPC) y convertida hace un año en una especie de franquicia que opera bajo las siglas de la red creada por Osama Bin Laden?

Nadie lo sabe a ciencia cierta. Del ataque a los soldados sólo ha trascendido que murieron en una emboscada tras perseguir un vehículo. El asesinato de los franceses no ha sido reivindicado, aunque un crimen de este calibre es algo muy poco habitual en el país africano y a las mafias de la inmigración que operan en el desierto, a menudo en connivencia con la policía fronteriza, no se le conocen hasta ahora delitos de sangre. Pero tampoco hay indicios anteriores de bases terroristas. Entre los nómadas saharauis, que habitan el vasto desierte entre Mauritania, Argelia y Marruecos, no hay corrientes religiosas extremistas.

“Aquí nunca hemos visto terroristas islámicos, ni siquiera durante la peor época de la guerra civil argelina, pero esto no excluye que entre Argelia, Mauritania, Mali y Níger pueda haber algo. Este territorio es tan inmenso como incontrolable”, señala a La Clave un comandante del Frente Polisario en la frontera del Sáhara con Argelia.

Vivero de radicales

Donde sí florece el islamismo radical es en el norte de Argelia, a todas luces base de Al Qaeda en el Magreb, aunque las dimensiones y la identidad de esta red son difíciles de averiguar. El 2 de enero, un ataque contra la comisaría de Naciria, al este de la capital, confirmó el vigor de la guerrilla islamista, que parece haberse constituido sobre los restos del Grupo Islámico Armado (GIA), responsable de las peores masacres de la guerra civil argelina en los años noventa.

Aunque los rescoldos del conflicto, que causó 100.000 muertos en esa década, se han ido extinguiendo, aparentemente basta un soplo para avivarlos. Es la sensación que se respira en la alcazaba, el casco viejo de Argel, donde ya se fraguó en los cincuenta la lucha armada por la independencia. Santuario en Sidi Boumedienne, ArgeliaHoy, las callejuelas son el avispero del islamismo radical y los simpatizantes del salafismo —la corriente más intolerante del islam— se muestran relajados.

En las mezquitas, atestadas de jóvenes con el Corán bajo el brazo, abundan las barbas largas, las sandalias y los pantalones que no llegan al tobillo, la moda habitual entre quienes simpatizan con los ‘mártires’ islamistas. A diferencia de Marruecos, donde los atentados se consideran inspirados por foráneos, en Argelia los yihadistas recogen una tradición autóctona de lucha armada que parece no haberse roto.

“¿Al Qaeda? ¿Por qué se ha puesto este latiguillo a los militantes del Magreb?”, se pregunta uno de los jóvenes a la entrada de una mezquita. “Cualquier persona que actúe contra la dictadura militar y económica de Occidente es para los árabes un héroe”, añade su compañero.

País de barbudos

“El problema no es el número de yihadistas sino esa inmensa cantidad de gente a la que los atentados contra el Gobierno o los extranjeros no le parece tan mal… Este país está lleno de barbudos”, comenta un representante diplomático en Argel.

“Tener barba y ser religioso no tiene relación directa con la yihad combatiente. Ese análisis simplista sólo beneficia a los americanos y sus aliados”, denuncia un imán. De hecho, varios partidos islamistas de la coalición gubernamental promueven severas visiones fundamentalistas, al tiempo que condenan los atentados.

Pero la disposición a empuñar las armas crece. Los expertos temen que la política de amnistías y reinserción de los islamistas encarcelados durante la guerra civil argelina, emprendida por el presidente Abdelaziz Buteflika, no dé resultado. En parte porque el propio Gobierno colabora con la islamización de la sociedad y en parte porque no ha cambiado la sensación de desesperanza —represión, altas tasas de paro y corrupción— que llevó a la población a apoyar masivamente la ‘solución islamista’ en 1991. El miedo cunde entre los extranjeros en Argelia

“Puede que haya habido unos años de tranquilidad, como sucedió en Afganistán tras el derrocamiento del régimen talibán, pero todo apunta a que ahora los terroristas se han reorganizado y están volviendo con fuerza”, cree una trabajadora del ACNUR que sobrevivió al atentado de diciembre. “Poco ha cambiado aquí desde que se decretó unilateralmente el final de la guerra”. Describe una Argelia profundamente conservadora —“al sur de la capital he tenido que andar siempre con un hombre, pues en la mayoría de los comercios ni siquiera me hablan por ser mujer”, denuncia— y receptiva ante los mensajes islamistas radicales y hostiles a los extranjeros.

“Dame un grupo de jóvenes en paro. Dame cien mañanas en la que no tienen nada que hacer. Dame un ‘gancho’ que los lleve una mezquita clandestina y les diga: amigo, tú eres alguien, un luchador, eres importante, te necesitamos, sí: a ti... y ya tienes un suicida que causa 50 muertos por alcanzar la gloria y el reconocimiento del grupo”. Así de fácil se hacen los terroristas en Argelia, en palabras de un imán de una mezquita de la capital. Como la inmensa mayoría de los argelinos y extranjeros residentes en el país prefiere no ver su nombre impreso: entre el temor a posibles represalias del Gobierno y el miedo a ser señalado por los más radicales, las críticas sólo se pronuncian con la grabadora apagada.

El abuelo de la yihad

El historial del suicida de Hydra conmociona a Argelia

Bechla Rabah tenía 62 años y dejó una mujer y siete hijos para entregarse a la lucha armada. Este argelino arquetípico —su abuelo luchó por Francia en la Segunda Guerra Mundial y su padre murió combatiendo la ocupación francesa— fue activista del Frente Nacional de Liberación (FLN), el partido único de la Argelia socialista. “Pero la ilusión se le fue muriendo a medida que todas las riquezas del país se las llevaban los extranjeros y unos pocos líderes corruptos”, relata su viuda. Cuando le fue denegada una licencia de taxi, “se sintió traicionado por el país que tanto sacrificio costó a su familia”, añade.

En 1991, Bechla votó al integrista Frente Islámico de Salvación. La campaña de persecución de los islamistas le impulsó a huir a las montañas, donde se comenzaron a formar los grupos guerrilleros. Cuando se disolvieron a finales de los noventa, Bechla pasó a los grupos que dieron origen a la red Al Qaeda en el Magreb. El 11 de diciembre llegó a Argel conduciendo un camión bomba que estrelló contra el edificio de Naciones Unidas en el barrio de Hydra.

La prensa argelina buscó explicaciones para el caso de Bechla y lo describe a menudo como un desequilibrado mental con afán de sentirse útil. Otros discrepan. “Si un abuelo hace esto —dice un periodista local— cualquiera puede hacerlo. Y lo peor de todo es que, de alguna manera, Bechla llevaba sangre de héroe”.

“El año 2007 ha sido determinante para los salafistas, porque marca la vuelta a la ciudad”, opina el diplomático citado. “Hasta ahora luchaban desde el maquis, pero este año han conseguido golpear repetidamente y eficazmente en la capital, desafiando de lleno al Gobierno”, añade.

Guetos para extranjeros

El miedo empieza a cundir. En un popular restaurante de Argel, dos profesores del Instituto Cervantes expresan la esperanza de que “ahora que los salafistas han adoptado la franquicia Al Qaeda se nos tiene más en cuenta” y se aumenten las medidas de protección. “El tema de la seguridad tiene cada vez mas obsesionado a los extranjeros ¡y con razón!”, dice Omar, un recepcionista del hotel El Aurassi, acostumbrado a tratar con empresarios y diplomáticos. “A este ritmo vamos a terminar como en Bagdad, con ‘zonas verdes’ en las que los extranjeros se sienten seguros y que han terminado por convertirse en auténticos guetos”, predice.

Pero no sólo Argel se preocupa. Gran parte de los últimos ataques del GSPC han golpeado la Cabilia, una montañosa y boscosa región al este de la capital. Las cumbres de hasta 2.000 metros y los abruptos valles son, desde luego, ideales para los combates del maquis, a lo que se añade la cercanía de la capital, situada a una hora en coche. Pero los salafistas no tienen ningún apoyo popular en la región, poblado por bereberes, cuya tajante oposición a las corrientes integristas es proverbial en Argelia. Durante la guerra civil, el Gobierno armó a los campesinos de esta zona para formar frentes de autodefensa contra las milicias islamistas.

Yassir, un oficial de policía que controla la entrada a Tizi Ouzou, la capital de la Cabilia, cree que “más que un lucha de guerrillas, los salafistas buscan un lugar donde cobijarse, dar cursillos y almacenar explosivos”. Pero no todos los argelinos dan por válida esta tesis. Incluso los jóvenes simpatizantes en las mezquitas de Argel albergan dudas sobre los yihadistas echados al monte. “Allí hay de todo. Gente buena y gente mala. En Argelia nunca se sabe cuándo actúa la inteligencia militar y cuándo lo hacen los auténticos mártires”, ríen. De hecho, ya en los noventa, muchos consideraban que el GIA estaba controlado, al menos en parte, por los servicios secretos. El terrorismo ¿poco más que un pretexto para militarizar la Cabilia y la franja sur del Sáhara?

También ahora, muchos cabilios tienen sus dudas. “Al Qaeda es un enemigo fantasma que el Gobierno ha hecho enquistarse aquí. Lo peor es que es imposible confirmarlo o desmentirlo; algo que beneficia tanto a los de Al Qaeda como al Gobierno”, asegura a La Clave un vecino de Tizi Ouzou.

Hay quien aventura que la presencia de Al Qaeda en la Cabilia podría ser un pretexto para militarizar la región, desde hace 27 años feudo de una feroz oposición laica al Gobierno y escenario de boicots electorales, batallas campales con la policía, detenciones y torturas. Esta vez, los campesinos no han recibido armas del Gobierno para defenderse del enemigo islamista.

Una denuncia similar se virtió contra Estados Unidos cuando lanzó, en 2003, la Iniciativa Pansaheliana, una serie de ejercicios antiterroristas en colaboración con las Fuerzas Armadas de Mauritania, Mali, Níger y Chad, repetidos en junio de 2005 bajo el concepto Flintlock 2005, un tipo de ejercicios no sujeto al control del Congreso estadounidense.

Bajo el pretexto de cazar a terroristas, Washington intentaría establecer bases militares y controlar las reservas de petróleo de la región, denuncia Jeremy Keenan, director de Estudios Saharianos en la Universidad de Exeter. El único incidente terrorista en la zona hasta entonces fue el secuestro de 32 turistas europeos en febrero de 2003, comandado por Abderrazak ‘El Para’, un antiguo oficial de las fuerzas especiales argelinas, supuestamente convertido a vicejefe del GSPC y calificado pronto por Argel y Washington como el “hombre de Bin Laden en el Magreb”.

Un reportaje de Le Monde Diplomatique en febrero de 2005 dio la razón a quienes sospechan de la imbricación entre los servicios secretos argelinos y el GSPC: demostró que la operación de secuestro y rescate era, con toda probabilidad, un montaje de la cúpula militar argelina para perfilarse como aliado clave de Washington. Sentaría así las bases para facilitar la expansión militar estadounidense en la vasta región del Sáhara.

El misterioso asesinato de los cuatro turistas franceses en Mauritania reforzará la impresión de que la ‘guerra contra el terror’ debe abarcar este país, recién convertido en productor de petróleo.