Emblema viviente de la cultura catalana, Joan Margarit (Sanahuja, Lleida, 1938) es un poeta en permanente búsqueda de lo esencial. Sus versos poseen una fuerte carga testimonial, a menudo entran de lleno en el territorio de la confesión íntima, pero el lector no tarda en sentir como propias sus pérdidas y sus esperanzas, su felicidad “misteriosa” y su limpio estupor.
Poesía que va del yo al nosotros, que construye el porvenir sobre una bien cimentada memoria, la obra de Margarit destacó primero en castellano con su libro Crónica (1975), para inaugurar en los años 80 su producción en catalán, que llega hasta nuestros días. Con títulos como Edat roja (1990), Aiguaforts (1995), Estació de França (1999) o Joana (2002) fue vinculado a la llamada poesía de la experiencia, aunque en su inclusión en dicho grupo pesaran sobre más las afinidades personales que los criterios estéticos.
Como catedrático de Cálculo de Estructuras —hoy jubilado— de la Universidad Politécnica de Cataluña, hay en Joan Margarit un sostenido interés por el paisaje costero como por el urbano, con Barcelona como insustituible fuente de inspiración.
Tras obtener en 2008 el Premio Nacional de Poesía por su poemario Casa de Misericordia, al año siguiente vio la luz Misteriosamente feliz, y en octubre próximo llegará a las librerías en catalán un nuevo libro, No estaba lejos, no era difícil, del que ofrecemos dos poemas de adelanto.
MediterraneoSur ha publicado una entrevista con Joan Margarit: 
  «Los catalanes seremos siempre pobres con esta  España» [Jul 2010]
[Alejandro Luque]
mediterraneosur
No era lluny ni difícil
Ha  arribat aquest temps 
quan  la vida perduda no fa mal, 
quan  la luxúria és un llum inútil 
i  l’enveja s’oblida. És un temps 
de pèrdues prudents i  necessàries, 
no  és un temps d’arribar, sinó d’anar-se’n. 
És  ara quan l’amor 
coincideix  a la fi amb la intel·ligència. 
No  era lluny ni difícil. És un temps 
que  no em deixa res més que l’horitzó 
com  a mesura de la soledat. 
El  temps de la tristesa protectora. 
Aquells temps 
        
        Yo  nací —perdonadme— en la edad de la pérgola y el tenis.
                                                                         Jaime Gil de Biedma
  
      
Com cada dia, quan encara  és fosc, 
  agafo el cotxe per anar a  nedar. 
  Fa fred i està plovent. Vaig avançant 
  envoltat per la dansa d’altres fars 
  darrere el vel de pluja  dels carrers. 
L'aparcament és entre la  piscina 
  i les pistes. Comença a  ser de dia. 
  Baixo del cotxe, i allà a  terra veig 
  la pilota de tenis,  recoberta 
  d'una llana suau i xopa  d'aigua. 
  És una enorme perla groga 
  damunt de les llambordes  que llueixen 
  dures, envernissades per  la pluja. 
Em sorprèn un record 
  que ve des dels cels  blaus d'una misèria 
  afectuosa i gris on no hi havia 
  ni pèrgoles ni tenis. La  pilota, 
  quina alegria m'hagués  fet trobar-me-la,
  tan sumptuosa com a mi em  semblava, 
  tant com, ara, la pluja  l'humilia. 
Com la seva, la meva  soledat 
  ja fa temps que ha perdut  el seu prestigi. 
  Damunt del terra de  l'aparcament, 
  veig tot el que he  estimat i no podré 
  salvar mai més del fred i  de la pluja. 
No estaba lejos, no era difícil
Ha llegado este tiempo 
cuando ya no hace daño la  vida que se pierde, 
cuando ya la lujuria es  tan sólo 
una lámpara inútil, 
y la envidia se pierde en  el olvido. 
Es un tiempo de pérdidas  prudentes, necesarias, 
y no es un tiempo de  llegar
sino de irse. El amor,  ahora, 
por fin coincide con la  inteligencia. 
No estaba lejos, 
no era difícil. Es un  tiempo 
que no me deja más que el  horizonte 
como medida de la  soledad. 
Un tiempo de tristeza  protectora. 
      
Aquellos tiempos 
        
        Yo  nací —perdonadme— en la edad de la pérgola y el tenis.
                                                                         Jaime Gil de Biedma
  
      
      
Como todos los días,  antes de que amanezca, 
        cojo el coche y me voy a  nadar. 
        Está lloviendo y hace  frío, avanzo 
        rodeado por la danza de  otros faros 
        tras el velo de lluvia de  las calles.
Llego al aparcamiento,  entre las pistas 
        y la piscina, cuando ya  amanece. 
        Bajo del coche y veo allá  en el suelo 
        la pelota de tenis,  recubierta 
        de suave lana y empapada  de agua.
        Una amarilla, enorme  perla 
        sobre los adoquines que  relucen 
        duros y barnizados por la  lluvia. 
Me sorprende un recuerdo.  Viene de los azules 
        cielos de una miseria  afectuosa y gris, 
        sin pérgolas ni tenis.  Qué alegría 
        si yo hubiese encontrado  esta pelota, 
        que entonces parecía tan  suntuosa, 
        tan humillada ahora por  la lluvia. 
Mi soledad, lo mismo que  la suya, 
        ha perdido hace tiempo su  prestigio. 
        Veo en el suelo del  aparcamiento 
        todo lo que he amado y no  podré 
       salvar nunca del frío y  de la lluvia.